Las mujeres del baloncesto español prolongan la época dorada de una selección referente para otros deportes

La selección española de baloncesto prolongó su fenomenal racha días atrás al sellar el billete para sus quintos Juegos Olímpicos, los segundos consecutivos.

Aclaración: me refiero a la selección femenina. Los logros del combinado masculino son tantos que, a menudo, opacan los del equipo dirigido por Lucas Mondelo, que no son pocos.

Con menos recursos y menos posibilidades de que sus jugadoras se midan constantemente con las mejores rivales, la selección femenina ha conquistado 13 medallas en 18 campeonatos, las siete últimas de manera consecutiva.

A saber: oro europeo en 2013, plata mundial en 2014, bronce europeo en 2015, plata olímpica en 2016, oro europeo en 2017, bronce mundial en 2018 y oro europeo en 2019.

Son conquistas mayores, casi a la altura de las de la generación de oro del baloncesto masculino que, justo es decirlo, añade el plus de ser tres veces subcampeona olímpica y bicampeona mundial. Y han servido para que las mujeres que juegan al balonmano, al voleibol o al fútbol también quisieran triunfar como las de  la selección femenina de baloncesto.

En el baloncesto femenino, Estados Unidos sigue siendo un rival prácticamente imbatible: suma 10 medallas en las 11 ediciones de los Juegos Olímpicos en las que hubo torneo femenino de baloncesto, ocho oros, una plata y un bronce. La única vez en la que las estadounidenses no se subieron al pódium, en Moscú 1980, fue, simplemente, porque no participaron.

El aplastante dominio de las norteamericanas redimensiona los éxitos de la selección española, cuyo primer oro continental se remonta a 1993. Las protagonistas de aquella conquista (Blanca Ares, Marina Ferragut, Betty Cebrián, Ana Belén Álvaro, Wonny Geuer, entre otras) fueron un referente para sus sucesoras, que, sin embargo, tardaron ocho largos años en subirse de nuevo al pódium. Fue en el Europeo de Francia 2001 y se colgaron un bronce.

Aquél fue el primero de una serie de tres en el campeonato continental, que no hizo sino confirmar que también las baloncestistas españolas vivían su época dorada. Un poco más tardía que la de los hombres que, como sucede en casi todos los deportes, les llevaban años y años de ventaja en el juego de encestar.

De aquella etapa permanecen aún en el recuerdo nombres memorables como el Amaya Valdemoro, la jugadora que más puntos ha anotado en la historia de la selección (2.743) y la mujer que más elevó el listón del baloncesto nacional.

Su marcha a la NBA femeninala WNBA– y sus tres anillos de campeona consecutivos con Houston Comets no sólo la convirtieron en la única baloncestista -hombre o mujer- en firmar semejante logro, sino que sirvieron para que otras mujeres quisieran emularla y creyeran en su capacidad para batirse con las mejores del mundo.

A esa misma estirpe pertenece la incombustible Laia Palau. A sus 40 años y con casi 300 internacionalidades en sus piernas -la que más-, capitanea la selección española con la sabiduría de la veterana que es pero la ilusión y las ganas de una novata.

No jugó en la WNBA porque prefirió permanecer en Europa. Y aquí sigue, en el Uni Girona, sentando cátedra en la liga española y en la Euroliga.

Ganadora de 12 medallas con España -una más de las que tiene el admirado Pau Gasol-, la base catalana ha sido y sigue siendo el espejo en el que se miran muchas jóvenes. Algunas, como Maite Cazorla y Paula Ginzo, comparten ahora selección con ella. Cazorla nació el año en el que Palau debutó como profesional: 1997. Ginzo tal vez ni siquiera era proyecto: vino al mundo un año después.

“Yo podría ser la madre de muchas de ellas”, repite desde hace un tiempo Palau.

Ella no es madre de nadie y, cuando se le ha preguntado por la compatibilidad del baloncesto y la maternidad, ha ilustrado la compleja realidad: “Con nosotras no es compatible. Bueno, lo es, pero sabes que pierdes un año como mínimo. Y no sabes ni en qué estado vas a volver ni si te van a querer fichar”, afirmó en eldiario.es.

Esa renuncia -no siempre deseada- habla también de los muchos obstáculos que las deportistas deben salvar para intentar ser profesionales en un ámbito que, a menudo, les exige rendir como tales mientras les escatima los recursos para que sea así.

La liga española de baloncesto -ahora Liga Día– ha visto desaparecer equipos tan ilustres como el Ros Casares, ganador de 22 títulos en 13 años. Muchas jugadoras han tenido que emigrar a otras ligas para encontrar salarios y proyectos deportivos acordes a su nivel. La liga femenina tampoco tiene convenio laboral y, de las 12 baloncestistas que integraron la selección en el último Europeo, seis juegan fuera de España.

“Invertir en baloncesto femenino nunca ha sido una prioridad aquí. El baloncesto femenino nunca ha sido un producto bien tratado”, afirmó Palau en una entrevista concedida al programa de televisión El Intermedio.

“Ya sé que no generamos lo mismo, pero no sabemos cuánto generaríamos si los medios nos pusierais en el escaparate como al baloncesto masculino”, añadió.

Para no irnos demasiado atrás, sólo hay que comparar el espacio que medios y redes sociales dedicaron al anillo de la NBA conquistado por Marc Gasol en 2019 y el que le dieron a Anna Cruz cuando en 2015 se proclamó campeona de la WNBA.

¿Y qué decir de los salarios? Palau estimó que el suyo debe de ser unas 30 veces inferior al que cobran algunos compañeros de su nivel en sus clubes. Ni qué decir tiene que jugadores que están por debajo de lo que Palau representa también cobran mucho más que ella.

Hay una excepción: la selección. En un paso adelante hacia la igualdad, la Federación española equiparó los sueldos de las jugadoras a los de los jugadores.

Pero se olvidó de algo: hacer que en las camisetas de la selección que se venden en las tiendas también aparezcan los nombres de ellas.

* Ph Foto: FEB

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