Como no sólo de fútbol vive la mujer, esta semana toca cambiar el tercio y hablar de balonmano. De la espectacular e inesperada clasificación de la selección española para la final del Mundial que se disputa en Japón.
Y no sólo por puro resultadismo, que también. Disputar una final de un campeonato del mundo es de por sí un éxito para cualquiera. Más para una selección que nunca antes en su historia la había alcanzado en un torneo de este tipo. Sino por lo que ello supone para el avance de las mujeres en todo el espectro deportivo.
El inesperado logro del equipo capitaneado por Nerea Pena confirma la extraordinaria respuesta que da el deporte femenino cuando se le presta cierta atención y se le apoya con unos mínimos recursos.
Sucedió con la sincronizada (ahora natación artística), el waterpolo, el baloncesto y también con el balonmano que, en su época dorada (2008-2014), se colgó cuatro medallas: un bronce olímpico en Londres 2012, otro bronce en el Mundial de 2011 y dos platas en los Europeos de 2008 y 2014.
Aquellas mujeres ganaron tantas batallas impensadas que pasaron a ser conocidas como Las Guerreras. Entre las más bravas, Marta Mangué, autora de 1.034 goles en 301 encuentros, y Macarena Aguilar, con 638 tantos en 240 partidos.
Después, su inesperada caída en los cuartos de final de los Juegos de Río -ante Francia y en la prórroga- abrió una etapa de malas actuaciones que sumieron al equipo en una profunda crisis: undécimas en el Europeo de 2016 y en el Mundial de 2017 y duodécimas en el Campeonato de Europa de 2018.
Lejos de haber perdido la garra o la ambición, Las Guerreras simplemente habían llegado al final de un ciclo. El equipo necesitaba renovarse, afrontar el cambio generacional que siempre llega y nunca es fácil. La sincronizada española es un ejemplo de lo complicada que acostumbra a ser la renovación.
A veces, muy pocas, la transición se da de manera tan fluida que los éxitos se mantienen sin sobresaltos. Es el caso de la selección femenina de baloncesto, que ha conquistado siete medallas en los últimos siete años: tres oros y un bronce en Europeos, una plata y un bronce en Mundiales y una plata en los Juegos de Río.
Es algo extraordinario, y más en el deporte femenino, donde las inversiones son mucho más escasas y decaen con mayor facilidad.
Como el baloncesto, el balonmano comenzó hace dos años a buscar el modo de acabar con la crisis y devolver a Las Guerreras a la lucha por objetivos ambiciosos. En el horizonte, aparecían los Juegos de Tokio y, sobre todo, el Mundial que España acogerá en 2021. Había que trazar un plan a medio plazo, tener paciencia y confiar. Los resultados difícilmente serían inmediatos. Y no lo fueron. Pero empiezan a llegar antes incluso de lo previsto.
La fórmula empleada por Carlos Viver combina unas pocas veteranas ilustres, varias jóvenes prometedoras y talentosas y una base de jugadoras que, sin alzar la voz, desempeñan el trabajo oscuro con gran eficiencia.
Entre estas últimas están Eli Cesáreo, Lara González, Ainhoa Hernández, Jennifer Gutiérrez, Marta López y Maitane Etxebarria. La mayoría entraron al equipo con la renovación iniciada en 2017 y ya vivieron el sinsabor del trabajo sin premio.
Las veteranas, que las han visto de todos los colores, no sólo mantienen el espíritu de Las Guerreras. Siguen siendo decisivas en los partidos clave. En las semifinales ante Noruega, la actuación de Silvia Navarro en el arco fue determinante. Con una efectividad del 75 por ciento desde los 9 metros y del 50 por ciento desde los 7, la guardameta española fue considerada la mejor jugadora del choque.
Y ver cómo se emocionaba hasta las lágrimas a sus 40 años, tras más de 20 peleando en todos los frentes y protagonizando los mayores éxitos de la selección española, resultó revelador.
Elocuente fue también el festejo de los 30 años de Nerea Pena este viernes, el mismo día en que Las Guerreras lograban el pase a la final del Mundial. Las imágenes que llegaron a través de las redes sociales mostraban la feliz unión que mantiene el grupo.
Estos ingredientes no serían suficientes si el equipo no tuviera calidad –Alexandrina Cabral, con siete goles, y Almudena Rodríguez, con seis, fueron el puntal ofensivo ante Noruega- y la dosis de suerte necesaria en todo campeonato para alcanzar las mayores cotas. Las Guerreras la tuvieron cuando, después de sufrir su única derrota en el Mundial ante Rusia, Montenegro superó a Suecia y permitió que las españolas avanzaran a las semifinales.
La meta con la que habían volado a Japón estaba más que superada. Buscaban plaza en el preolímpico que dará derecho a disputar los Juegos de Tokio 2020. Nada más. Ni siquiera habían soñado con la final. La disputarán mañana ante Dinamarca con el objetivo, ahora sí, de volver a dar guerra y, por qué no, campeonar.
* PH fotos: Federación española de balonmano