Hace días que pienso en Anaïr Lomba y en el extraordinario motivo que la llevó a decidir su retirada del fútbol a los 29 años, una historia de amor no correspondido.
Intento recordar algún caso similar y no lo consigo. Probablemente tenga mala memoria. Quizás, sólo quizás, nunca antes sucedió tal cosa.
No es para nada común que una futbolista profesional, en plenitud competitiva, decida dejar de hacer lo que más le gusta porque no puede jugar en el equipo de sus amores.
Lomba, más conocida como Lombi, lo ha hecho. Quería regresar al Espanyol. En el club blanquiazul no le encontraron hueco. Y ella ha reaccionado precipitando su adiós al fútbol.
La propia Lomba lo contó el pasado 16 de julio en una carta pública que difundió a través de las redes sociales y que enseguida despertó la admiración de miles de personas.
“Hace un tiempo que mi cabeza y mi corazón me piden jugar en casa. Hace un tiempo que pienso que engaño a cualquier equipo que no sea el mío porque siento y muero en blanquiazul. De un tiempo a esta parte es la única idea que tengo en mi cabeza, y mis principios me dicen que tiene que ser así o no será”, dice en uno de los párrafos.
“No quiero engañar a nadie ni dar un porcentaje de mí que no sea el que he dado siempre y no quiero defender un escudo cuando mi corazón late en otro color”, añade la delantera tras anunciar su retirada.
Fuente: Twitter
Imposible tras leer sus argumentos no acordarse de los llamados mercenarios del fútbol, tan comunes en las ligas masculinas.
Imposible también no pensar en las escasas opciones que tienen las mujeres para ser profesionales de este deporte y en los valores que hay que tener para renunciar cuando la puerta está aún abierta.
Más imposible aun no preguntarse cómo el Espanyol ha sido incapaz de reaccionar como club ante semejante declaración. ¡Con lo poco que cuesta quedar bien con un simple tuit desde la cuenta oficial de la entidad!
Porque Lombi ni siquiera es un producto de la buena y prolífica cantera perica. Es una gallega que recaló en el Barcelona a los 13 años, sufrió el tormento del desarraigo y tiempo después retornó a Vigo para hacer historia con El Olivo, el primer club gallego en alcanzar la Primera División femenina en 2011.
En 2014 recaló en el Espanyol y algo que trasciende el juego la hizo amarlo sin condiciones. No importaron las vicisitudes deportivas y físicas que atravesó en su periplo. Tampoco las extrañas circunstancias en las que abandonó el club catalán en 2017. Lombi se enamoró.
“Me fui de un sitio sin querer irme por algo que no dependía de mí y que iba más allá de la dignidad que, considero, debe tener un futbolista. El problema es que ese club nunca se fue de mí, y mi intención siempre ha sido volver”, confiesa la propia Lomba en su carta de despedida.
Este verano, tras dos temporadas en el club “Che” con lesiones y algunos triunfos personales, la delantera gallega quería regresar a su refugio sentimental. Encontró la puerta cerrada y no consideró otra opción. Ella, que se había sobrepuesto a una rotura del cruzado anterior derecho a los 18 años, a otra del cruzado anterior izquierdo a los 26 y a otras cuatro lesiones de consideración durante su carrera, escuchó por fin a su corazón. Y en un gesto insólito, dijo adiós.