Rapinoe, ¿heroína o, simplemente, una deportista distinta y ejemplar?

La estadounidense Megan Rapinoe acaparó estos días los focos de los medios de comunicación de todo el mundo como pocas futbolistas lo habían hecho antes.

Diarios, cadenas de televisión y radios de todo el orbe reprodujeron el discurso de inclusión y valores con el que Rapinoe festejó el cuarto Mundial de Fútbol alzado por Estados Unidos, que también se hizo viral en Twitter.

Fue una pequeña gran conquista de la estrella norteamericana que dice mucho de nuestra sociedad.

Nos extraña, sorprende y, en general, admira que una deportista reputada se posicione políticamente ante miles de personas, y más si lo hace en contra de los vientos retrógrados que soplan en Occidente.

Nos hemos acostumbrado tanto a que l@s deportistas se excluyan de cualquier debate social que, cuando Rapinoe dice algo tan lógico como que “tenemos que amar más y odiar menos, escuchar más y hablar menos, hacer entre tod@s un mundo mejor”, nos maravillamos y la convertimos en noticia de primera página.

No digo que no merezca serlo. Rapinoe suma a sus incuestionable méritos deportivos -mejor futbolista del reciente Mundial de Francia y Bota de Oro con seis goles- capacidad de liderazgo, mucho carisma y el deseo de generar debate, de crear opinión.

Y es esto último lo que la distingue de la mayoría de sus colegas que, gozando de la misma plataforma para proyectarse más allá del deporte, renuncian de manera expresa a convertirse en referentes sociales.

“Soy perfectamente consciente de la plataforma que tenemos y también de nuestra responsabilidad fuera de las canchas”, repitió la mujer que junto a Carli Lloyd capitaneó a la selección estadounidense durante la pasada Copa del Mundo.

Entonces, tanto como sus goles, llamaron la atención sus palabras en contra de la política discriminatoria de Donald Trump, el presidente de su país, que no dudó en enfrentarse con ella vía Twitter.

Se equivocó, una vez más, Trump. Además de ver cómo Rapinoe y sus compañeras conquistaban el Mundial y rechazaban cualquier posibilidad de llevar el trofeo a la Casa Blanca, el controvertido mandatario escucha ahora cómo miles de estadounidenses aclaman los discursos de la futbolista de moda y la jalean al grito de “Rapinoe for president!”.

“Y sí, hacemos deporte, jugamos al fútbol, somos mujeres deportistas, pero somos mucho más que eso. Y ustedes son mucho más que hinchas que se conectan a un Mundial cada cuatro años. Caminan por la calle cada día e interactúan con su comunidad cada día. ¿Y cómo la hacen la mejor? Es responsabilidad de todos”, sentenció la histriónica Rapinoe en uno de los diversos actos con los que las pupilas de Jill Ellis festejaron en Nueva York su segundo Mundial consecutivo.

Y eso me recordó a lo que unos días antes le había oído decir a Karina LeBlanc, la ex guardameta de la selección canadiense, sobre las futbolistas que protagonizaron el Mundial de Francia.

“Mi generación, que tuvo a (Brandi) Chastain como referente, quiso dejar nuestro deporte en un mejor lugar y, cuando lo contemplo ahora, sonrío y me siento orgullosa porque le pasamos el relevo a estas jugadoras que entendieron la responsabilidad de jugar por su país, entendieron que son referentes, que hablan y son escuchadas, ya hablen de política o de otra cosa”, nos contó LeBlanc a los pocos periodistas que asistimos a un partido de viejas glorias en Lyón.
“Estas futbolistas son auténticas y eso me enorgullece porque están aportando algo que va más allá del juego, están creando una cultura popular que va a llegar también a muchas niñas”, añadió la mujer que defendió el arco de Canadá en el Mundial de 2015 antes de colgar definitivamente las botas.

LeBlanc citó a la australiana Sam Kerr, a la brasileña Marta y, por supuesto, a Rapinoe como ejemplos destacados de “una generación de mujeres a las que dijeron no en diversas ocasiones y por diversos motivos, fueron cuestionadas por todo el mundo, pero resistieron, persistieron, pusieron la bandera en su corazón y dijeron ‘voy a servir de inspiración para este país, para la próxima generación’, y eso es lo que hicieron”.

No podía ser más clarividente la ex internacional canadiense, hija de padre nacido en Dominica y de madre jamaicana, que se dedicó a jugar al fútbol porque le gustaba, porque soñaba con ser olímpica -y lo consiguió- y porque quería ser un modelo para todas las niñas a las que ahora también dice: “Sean sus propias heroínas”.

Como Rapinoe y muchas otras mujeres que no disponen de altavoces, LeBlanc lucha a través del deporte por una sociedad más igualitaria y más justa con independencia del género y la condición de quienes la componemos.

Estados Unidos aprovecha su menguante ventaja, sus rivales reclaman recursos para hacerla desaparecer

La selección estadounidense conquistó este domingo el cuarto Mundial femenino de su historia y confirmó así su notorio dominio del fútbol entre las mujeres.

En su palmarés, lucen ya la mitad de los cetros disputados desde 1991 -ocho-, los dos últimos ganados de manera consecutiva en Canadá 2015 y en Francia 2019.

No son gratuitos los títulos, por más que en esta Copa del Mundo llamada a cambiar la historia de las mujeres en el fútbol, la superioridad de Estados Unidos no haya sido tan clamorosa como en ediciones anteriores.

Holanda, la vigente campeona de Europa y por primera vez finalista, aguantó el empuje de las norteamericanas durante casi una hora, hasta que un penal discutible acabó con su resistencia. En instancias precedentes, Inglaterra, Francia y España también compitieron con mucha dignidad ante las ahora tetracampeonas.

Si bien menguante, Estados Unidos sigue jugando con ventaja: lleva años dotando a las futbolistas de los medios que necesitan para sobresalir y marcar la diferencia. Aunque aún no gocen de las mismas condiciones que sus pares masculinos, que no ganaron nunca ningún título, basta con echar un vistazo al banco estadounidense para apreciar la diferencia.

La cantidad de técnicos, preparadores, ayudantes, médicos y fisioterapeutas que acompañan a las jugadoras y a la seleccionadora Jill Ellis supera -en algunos casos muy de largo- la de cualquier selección.

En varios partidos, conté hasta ocho personas, la mayoría casi tan activas como la entrenadora principal en sus quehaceres. En la final ante Holanda, la cifra aumentó a 15, al menos en los últimos compases del choque, cuando ya todo apuntaba a un nuevo título para las norteamericanas.

La cifra, en cualquier caso, fue siempre llamativa. La hiperactiva Ellis -se pasó el Mundial peleando con la árbitra encargada de que las entrenadoras no sobrepasen el área técnica-, cuenta con un ayudante que habitualmente traslada las órdenes tácticas a las jugadoras. Seguro que lo ha visto porque también él es muy activo y gesticula de manera ostensible cuando tiene que indicar un cambio de posición o cualquier otra consigna. No es su único ayudante. Una preparadora se coordina con él para ordenar el equipo sobre la cancha a medida que avanza el partido.

Otra colaboradora distinta se ocupa de vigilar que las futbolistas estén siempre hidratadas y va suministrando las botellas con líquidos recuperadores a lo largo de todo el duelo, más allá de la pausa pactada a causa del calor. Todo está medido.

Los médicos saltan al más mínimo contratiempo y suelen ser dos. Un “espía” sigue en perspectiva el partido desde la grada y hace llegar sus comentarios al banco. Allí varios técnicos más los reciben y los procesan. De ahí salen algunas de las decisiones que Ellis toma sobre la marcha.

“Si hemos ganado dos campeonatos de manera consecutiva es porque tenemos a muchas jugadoras súper talentosas y, sobre todo, a un cuerpo técnico muy talentoso”, sentenció Megan Rapinoe tras alzarse con el Balón de Oro del torneo.

“Nuestro staff es de clase mundial y todo esto es mérito especialmente de ellos”, agregó la estrella estadounidense, autora de los seis goles que le dieron también la Bota de Oro del campeonato.

Jill (Ellis) hizo un gran trabajo en la gestión del equipo. El mérito es suyo y de su equipo por saber determinar nuestros roles», añadió la mediática Alex Morgan, Bota de Plata del Mundial.

Además de contar con un nutrido cuerpo técnico que se reparte las labores, las jugadoras estadounidenses pueden dedicarse profesionalmente al fútbol y entrenarse y jugar en instalaciones que están a la altura de lo que se les exige.

También en eso aventajan a la mayoría de sus competidoras, que luchan por acercarse a su nivel de profesionalidad, aunque ellas sigan sin considerarlo óptimo.

“Es obvio que desde 2017 hemos avanzado, pero aún nos queda camino. Mejoramos nuestro juego, que es más rápido y más potente, pero aún tenemos que seguir mejorando en lo que respecta a la posesión del balón, por ejemplo, y, sobre todo, a las instalaciones en las que trabajamos”, afirmó Sarina Wiegman, seleccionadora holandesa.

El grupo de trabajo de Wiegman es amplio comparado con el de selecciones más modestas. Pero ni siquiera la vigente campeona de Europa iguala en medios a la tetracampeona mundial.

Las distancias se han recortado, como se pudo ver en este Mundial y constataron las propias estadounidenses. “El nivel ha crecido exponencialmente. Este campeonato ha sido muy difícil y muy exigente. Nos hemos enfrentado a algunos de los mejores equipos del mundo”, aseguró Ellis.

“Competimos con grandísimos equipos y creo que nuestra experiencia fue la que marcó la diferencia durante todo el torneo”, añadió Rapinoe.

La experiencia se adquiere compitiendo y para competir a un determinado nivel hay que tener las condiciones que permitan hacerlo. De ello dependerá que la distancia entre Estados Unidos y el resto de selecciones se siga recortando y que el Mundial cuente con cada vez más aspirantes a proclamarse campeón.