Futbolistas del mundo, ¡atrévanse a brillar!

“Dare to shine”, en inglés. “Le moment de briller”, en francés. “Atrévanse a brillar”, sería en castellano, si la FIFA hubiera decidido difundir también en español el lema que eligió para el Mundial de Francia. No lo hizo y se entiende. Aunque habría sido todo un detalle con Argentina, Chile y España, las tres selecciones hispanohablantes que participaron del campeonato y protagonizaron las mejores actuaciones de su historia.

Sus futbolistas se atrevieron a brillar como nunca antes lo habían hecho. Y lo mismo podría aplicarse a las escocesas, que rozaron los octavos de final en su primera Copa del Mundo. O a las suecas, que se metieron en las semifinales y tuvieron a la campeona europea Holanda contra las cuerdas. En realidad, no se me ocurre ninguna jugadora ni ninguna selección que tuviera miedo a dar lo mejor de sí misma.

El lema, hay que reconocerlo, suena especialmente bien en inglés, un idioma que condensa como pocos los conceptos. Pero no deja de ser llamativo que el organismo que durante medio siglo prohibió a las mujeres jugar al fútbol las ponga ahora en el escaparate y las desafíe, además, a brillar, como si hasta ahora no lo hubieran hecho porque les faltó valor.

El problema y la falta de osadía nunca fue de las mujeres. La propia FIFA lo reconoce en una exposición sobre la historia del “fútbol femenino” (¿?) que hasta el próximo domingo 7 de julio se puede ver en París.

Si bien toda la acción se trasladó hace días a Lyón, sede de las semifinales y de la final del torneo, el Museo del Fútbol Mundial de la FIFA mantiene en la capital francesa la pequeña pero elocuente muestra.

Allí pueden verse las aparatosas botas con las que las mujeres jugaban al fútbol ya entre 1870 y 1900. Y el cartel que anunció “el primer partido de fútbol de mujeres” el 23 de marzo de 1895 en Nightingale Lane, Hornsey, un distrito del norte de Londres. Y figurines de la época. Y también las primeras caricaturas en ridiculizar a las futbolistas. Hacían mofa de su físico y de cómo jugaban.

Quizás porque, para entonces, algunos diarios de la época ya escribían sobre el éxito que el fútbol tenía no sólo entre las mujeres sino también entre los miles de fans de todo género que acudían a la cancha a verlas jugar. “El deporte ha conquistado a la mujer y las mujeres han conquistado el deporte”, sentenció la revista Fémina Sport en 1932 en alusión al fútbol.

Cierto, el binomio había alcanzado su “edad de oro” en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando las mujeres aprovecharon el tiempo de trincheras y la ausencia masculina para adueñarse del balón.

Pero la afirmación de Fémina Sport llegaba 11 años después de que la Federación inglesa decidiera apartar definitivamente a las mujeres de su práctica usando argumentos morales y pseudocientíficos. Éstos no escondían sino la intención de acabar con una competencia que los dirigentes consideraban temible para el fútbol masculino -si apellidamos, hagámoslo también con el otro género-: mientras los hombres buscaban vivir del fútbol y ser profesionales, la recaudación de taquilla de los concurridos partidos femeninos se dedicaba a obras sociales.

La prohibición inglesa, que afectaba directamente a los clubes y se sumaba a la que ya desde 1902 impedía el fútbol de mujeres de modo general, fue secundada por otros países y también por la FIFA. Y las mujeres tuvieron que esperar hasta finales de los 60 y principios de los 70 para empezar a organizar los primeros torneos y Mundiales oficiosos sin ningún tipo de apoyo institucional.

El movimiento resultó entonces tan evidente que algunas federaciones -la inglesa la primera- reconocieron el fútbol femenino y la FIFA inició una consulta al respecto entre sus integrantes.

El cuestionario, escrito a máquina, forma parte de la exposición y plantea preguntas como éstas: “¿Su federación reconoce oficialmente el fútbol femenino? ¿Hay equipos femeninos que juegan al fútbol en su país? Si hay fútbol femenino en su país, no cree que, en lugar de ser explotado por managers nacionales o internacionales, sería oportuno situarlo bajo el control de su federación?”.

Las respuestas a éstas y otras cuestiones -si los equipos femeninos disputan algún tipo de campeonato, si hay árbitras y en qué categorías ejercen- no se recoge. Sí se exhibe el programa oficial del segundo “Campeonato Mundial de fútbol femenil” disputado en México en 1971. El primero se había celebrado un año antes en Italia y en ambas oportunidades la selección ganadora fue Dinamarca.

El organismo que rige el fútbol mundial, en cualquier caso, demoró dos décadas más en reaccionar y, mientras el europeo (UEFA) lanzaba su primera Eurocopa femenina en 1984, la primera Copa del Mundo para las mujeres no llegó hasta 1991, en China.

La ganó Estados Unidos y, según se asegura en la muestra, fue seguida presencialmente por 510.000 espectadores.

El espectro no ha dejado de crecer desde entonces, pese al escaso respaldo recibido por las futbolistas durante años, la desigualdad de condiciones de base que todavía persiste y los prejuicios que, cada vez menos -quiero creer-, presiden la mirada.

“¡Es que hay algunas mujeres que juegan mejor que los hombres!”, le oí comentar con sorpresa a un treintañero que visitaba la exposición junto a dos amigas. Estaba parado frente a la icónica portada que la prestigiosa revista norteamericana Sports Illustrated dedicó a Brandi Chastain cuando un espectacular gol suyo dio el segundo Mundial a Estados Unidos en 1999 y su festejo acaparó los focos.

El fútbol avanzó entre las mujeres de la potencia americana como en ningún otro lugar. Si superan a Holanda en la final de Lyón, se llevarán el dorado trofeo que también se exhibe en la muestra protegido por una urna de cristal que impide tocarlo. Es el mismo que entregará Gianni Infantino -el jefe de todo- el domingo y sería el cuarto cetro de las estadounidenses. Brillan y atesoran más que nadie, claro está.

Selección española: el balón en otro tejado

De todas las declaraciones que escuché tras la eliminación de la selección española en los octavos de final del Mundial femenino de fútbol, me quedo con las de Jill Ellis, la entrenadora estadounidense: “España es un buen equipo. Si ustedes vieron sus partidos de clasificación y sus amistosos, dominaron siempre el balón. Sabíamos que iba a ser un partido difícil, el más complicado de todos los octavos. Y así ha sido”.

Las palabras de la experta seleccionadora norteamericana evidencian el largo trecho recorrido por las futbolistas españolas en apenas cuatro años, los que pasaron desde el pasado Mundial de Canadá.

Un poco más de inversión y una mejora en sus condiciones de trabajo -que siguen estando lejos de ser ideales- han sido suficientes en este tiempo para que las pupilas de Jorge Vilda le plantaran cara a la tricampeona Estados Unidos, que se impuso por 2-1 porque es claramente superior, pero también porque tuvo dos penales a favor, uno de ellos claramente cuestionable.

Ellis saldó la controversia con un recurrido “el fútbol tiene estas cosas” y prefirió no abundar en una polémica a la que tampoco se agarraron las jugadoras españolas, pese a su evidente decepción.

Es algo que las honra y que las distingue en un país tendente a explicar las derrotas por las decisiones arbitrales. No es un cambio menor asumir los errores propios para seguir creciendo.

Claro que no les bastará con eso. Necesitarán también que quienes tienen los medios para hacer crecer el fútbol entre las mujeres confirmen la solidez de su apuesta con más recursos y mayor visibilidad.

Si la Federación, los clubes y los patrocinadores no dotan a las futbolistas de los recursos que precisan (salarios, instalaciones, preparadores) para que puedan dedicarse exclusivamente a su deporte sin necesidad de combinarlo con otros trabajos, el llamado fútbol femenino (¿?) español difícilmente podrá aspirar a instalarse en la élite.

El voluntarismo y la competitividad sirven durante un tiempo y permiten llegar a determinadas instancias; rara vez superarlas cuando los rivales tienen más y mejor de todo en su rutina diaria.

La materia prima está, es evidente. Sólo hay que mirar a las futbolistas más jóvenes, campeonas del mundo sub-17 y de Europa sub-19.

Ellas tuvieron la fortuna de criarse en un fútbol más diverso, con menos apellidos de género y más referentes femeninos en los que proyectarse. Y eso tiene su efecto.

La generación que ahora asume la responsabilidad y la exigencia de representar a la selección española en categoría absoluta tuvo que batallar bastante más. Y en ello sigue, mientras alcanza objetivos inimaginables hace apenas unos meses.

Su gran rendimiento ante Estados Unidos tras su histórica clasificación para octavos no hizo sino confirmar que las deportistas españolas son tremendamente competitivas incluso en inferioridad de condiciones.

Cumplieron con la parte que les correspondía. El balón está a partir de mañana en el tejado de quienes ahora sacan pecho gracias a un logro que les corresponde casi exclusivamente a ellas.