Selección española: el balón en otro tejado

De todas las declaraciones que escuché tras la eliminación de la selección española en los octavos de final del Mundial femenino de fútbol, me quedo con las de Jill Ellis, la entrenadora estadounidense: “España es un buen equipo. Si ustedes vieron sus partidos de clasificación y sus amistosos, dominaron siempre el balón. Sabíamos que iba a ser un partido difícil, el más complicado de todos los octavos. Y así ha sido”.

Las palabras de la experta seleccionadora norteamericana evidencian el largo trecho recorrido por las futbolistas españolas en apenas cuatro años, los que pasaron desde el pasado Mundial de Canadá.

Un poco más de inversión y una mejora en sus condiciones de trabajo -que siguen estando lejos de ser ideales- han sido suficientes en este tiempo para que las pupilas de Jorge Vilda le plantaran cara a la tricampeona Estados Unidos, que se impuso por 2-1 porque es claramente superior, pero también porque tuvo dos penales a favor, uno de ellos claramente cuestionable.

Ellis saldó la controversia con un recurrido “el fútbol tiene estas cosas” y prefirió no abundar en una polémica a la que tampoco se agarraron las jugadoras españolas, pese a su evidente decepción.

Es algo que las honra y que las distingue en un país tendente a explicar las derrotas por las decisiones arbitrales. No es un cambio menor asumir los errores propios para seguir creciendo.

Claro que no les bastará con eso. Necesitarán también que quienes tienen los medios para hacer crecer el fútbol entre las mujeres confirmen la solidez de su apuesta con más recursos y mayor visibilidad.

Si la Federación, los clubes y los patrocinadores no dotan a las futbolistas de los recursos que precisan (salarios, instalaciones, preparadores) para que puedan dedicarse exclusivamente a su deporte sin necesidad de combinarlo con otros trabajos, el llamado fútbol femenino (¿?) español difícilmente podrá aspirar a instalarse en la élite.

El voluntarismo y la competitividad sirven durante un tiempo y permiten llegar a determinadas instancias; rara vez superarlas cuando los rivales tienen más y mejor de todo en su rutina diaria.

La materia prima está, es evidente. Sólo hay que mirar a las futbolistas más jóvenes, campeonas del mundo sub-17 y de Europa sub-19.

Ellas tuvieron la fortuna de criarse en un fútbol más diverso, con menos apellidos de género y más referentes femeninos en los que proyectarse. Y eso tiene su efecto.

La generación que ahora asume la responsabilidad y la exigencia de representar a la selección española en categoría absoluta tuvo que batallar bastante más. Y en ello sigue, mientras alcanza objetivos inimaginables hace apenas unos meses.

Su gran rendimiento ante Estados Unidos tras su histórica clasificación para octavos no hizo sino confirmar que las deportistas españolas son tremendamente competitivas incluso en inferioridad de condiciones.

Cumplieron con la parte que les correspondía. El balón está a partir de mañana en el tejado de quienes ahora sacan pecho gracias a un logro que les corresponde casi exclusivamente a ellas.

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