¿Un espectáculo que no interesa a nadie?

Casi 78.000 espectadores acudieron ayer al icónico Estadio de Wembley para presenciar el choque entre Inglaterra y Alemania. Jugaban las selecciones femeninas de fútbol. Medían sus fuerzas en un amistoso. Y en Londres llovía y hacía frío.

A unos kilómetros de distancia, y unas horas antes, el Chelsea había batido al Crystal Palace en Stamford Brigde en duelo por la duodécima fecha de la Premier League. Y el Tottenham, en su cancha, empataba con el Sheffield United. Los dirigidos por Maurcio Pochettino, de hecho, aún confiaban en hacerse con la victoria cuando las Lionesses pusieron el balón en juego.

Otros partidos de la Premier se disputaban al tiempo que el Inglaterra-Alemania de las mujeres. Aun así, 77.768 personas optaron por Wembley. Batieron el récord de asistencia a un partido de las Lionesses  y se acercaron al establecido para un partido femenino en el Reino Unido: los 80.023 espectadores que presenciaron el triunfo de Estados Unidos ante Japón en la final de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

Convendremos en que la cifra no está mal para un espectáculo que, supuestamente, no interesa a nadie. En el Camp Nou, ayer, no había ni 70.000 almas para presenciar el interesante duelo entre el Barcelona y el Celta en la todopoderosa liga española. La masculina, claro.

Y es que los hechos y las cifras rebaten cada vez con más contundencia esa sentencia repetida durante años y que aún hoy oímos con relativa frecuencia.

“El fútbol femenino es una mentira. ¿Qué porcentaje de jugadoras de Primera llegan desde el córner a la portería? No tienen fuerza”, afirmó hace tan sólo unos días José María García, un referente en España del periodismo deportivo más rancio.

A diferencia de lo que habría sucedido hace unos años, su estúpida declaración enseguida levantó polvareda y fue replicada desde diversos frentes.

Las futbolistas del Sporting de Gijón, de la Segunda División, lo hicieron de manera gráfica: con un video en el que se las veía lanzando córners y llegando sin ningún tipo de dificultad al arco. ‘El reto José María García’ lo llamaron.

“Pido perdón por no razonar mis comentarios, que sigo manteniendo. El fútbol femenino es mentira en su organización, pero lo acepto y admiro”, matizó García tras el aluvión de críticas.

Dudo y mucho de su admiración hacia el fútbol jugado por mujeres, pues demostró no haberlo visto en años. Le concedo que la organización es muy mejorable. Y aun así, es evidente que también en este aspecto hubo notables avances en los últimos años. Y que éstos han contribuido a que la hinchada se enganche a un espectáculo al alza, como se pudo ver en la Copa del Mundo disputada en Francia este verano.

El fútbol de las mujeres interesa cada vez a más gente.

Por volver a Inglaterra, el anterior choque entre Inglaterra y Alemania en tierras británicas, en noviembre de 2014, había sido seguido en directo por 45.619 espectadores. En cinco años, con igual o más competencia en lo que a espectáculos se refiere, los fans que presenciaron el mismo partido se incrementaron en más de 30.000.

El número habría sido probablemente mayor de no ser por el mal tiempo que hizo ayer en Londres: en octubre, la Federación inglesa declaró agotadas las 90.000 localidades disponibles en Wembley.

Había ganas de ver cómo la Inglaterra que avanzó hasta las semifinales en el Mundial de Francia y ahora se recompone con vistas a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y a la Eurocopa que albergará en 2021 se enfrentaba a una Alemania también en reconstrucción.

Las germanas, que llegaron hasta los cuartos de final en Francia 2019, se impusieron (2-1) como casi siempre. Ganaron 21 de los 26 partidos en los que se han enfrentado a Inglaterra, que sólo las doblegó en el duelo por el tercer puesto en el Mundial de 2015.

La derrota local, en cualquier caso, no pareció desalentar en exceso a la hinchada inglesa, que en siete días (16 y 17 de noviembre) vivirá el fin de semana del fútbol femenino.

Aprovechando la parada de la liga masculina a causa de los partidos de las selecciones, la Súper Liga femenina celebrará su fiesta ocupando otros cuatro grandes estadios ingleses (Anfield, el Tottenham Hotspur Stadium, el Falmer Stadium (Brighton) y el Madejski Stadium (Reading)) y con dos grandes choques: Manchester City vs West Ham y Chelsea vs Manchester United.

Inventora del fútbol, Inglaterra se ha relevado como uno de los países donde más ha crecido el interés por la práctica femenina en los últimos meses. Lo confirmó una encuesta realizada el pasado mes de octubre por YouGov, según la cual una tercera parte de la ciudadanía de Inglaterra se decía interesada en el fútbol jugado por mujeres y casi el 70 por ciento consideraba que debe tener el mismo trato que el jugado por hombres.

El estudio, complementado con datos de WSL Barclays, el principal patrocinador del campeonato femenino inglés, también arrojó otro dato de lo más interesante: el 28 por ciento de los fans que siguieron por televisión la Copa del Mundo se han convertido definitivamente en seguidores del fútbol femenino.

Además, el 46 por ciento se dijo sorprendido por la profesionalidad de los equipos y el 74 consideró que el fútbol jugado por mujeres está subestimado.

Eso, pese al crecimiento experimentado desde que responsables y patrocinadores decidieron apostar por lo que se ha revelado como una nueva vía de negocio y aumentar sustancialmente sus inversiones.

La de Barklays, que patrocinará la presente y las dos próximas temporadas, fue calificada de “multimillonaria” por la Federación inglesa de fútbol cuando anunció el acuerdo el pasado marzo. El diario británico The Guardian la cifró en más de 10 millones de libras, es decir, más de 11 millones de euros a repartir en tres campañas.

Sus efectos ya se han hecho notar, ayudados por el buen papel de Inglaterra en el Mundial de Francia: la petición y compra de entradas para los partidos de la Súper Liga femenina se duplicó desde el inicio del campeonato.

Y es que la fórmula no tiene ningún misterio: a mejores condiciones, mayor rendimiento y, cuanta más calidad, más interés. Como pasa con los hombres, vaya.

  • PH foto: Lionesses

Rapinoe, ¿heroína o, simplemente, una deportista distinta y ejemplar?

La estadounidense Megan Rapinoe acaparó estos días los focos de los medios de comunicación de todo el mundo como pocas futbolistas lo habían hecho antes.

Diarios, cadenas de televisión y radios de todo el orbe reprodujeron el discurso de inclusión y valores con el que Rapinoe festejó el cuarto Mundial de Fútbol alzado por Estados Unidos, que también se hizo viral en Twitter.

Fue una pequeña gran conquista de la estrella norteamericana que dice mucho de nuestra sociedad.

Nos extraña, sorprende y, en general, admira que una deportista reputada se posicione políticamente ante miles de personas, y más si lo hace en contra de los vientos retrógrados que soplan en Occidente.

Nos hemos acostumbrado tanto a que l@s deportistas se excluyan de cualquier debate social que, cuando Rapinoe dice algo tan lógico como que “tenemos que amar más y odiar menos, escuchar más y hablar menos, hacer entre tod@s un mundo mejor”, nos maravillamos y la convertimos en noticia de primera página.

No digo que no merezca serlo. Rapinoe suma a sus incuestionable méritos deportivos -mejor futbolista del reciente Mundial de Francia y Bota de Oro con seis goles- capacidad de liderazgo, mucho carisma y el deseo de generar debate, de crear opinión.

Y es esto último lo que la distingue de la mayoría de sus colegas que, gozando de la misma plataforma para proyectarse más allá del deporte, renuncian de manera expresa a convertirse en referentes sociales.

“Soy perfectamente consciente de la plataforma que tenemos y también de nuestra responsabilidad fuera de las canchas”, repitió la mujer que junto a Carli Lloyd capitaneó a la selección estadounidense durante la pasada Copa del Mundo.

Entonces, tanto como sus goles, llamaron la atención sus palabras en contra de la política discriminatoria de Donald Trump, el presidente de su país, que no dudó en enfrentarse con ella vía Twitter.

Se equivocó, una vez más, Trump. Además de ver cómo Rapinoe y sus compañeras conquistaban el Mundial y rechazaban cualquier posibilidad de llevar el trofeo a la Casa Blanca, el controvertido mandatario escucha ahora cómo miles de estadounidenses aclaman los discursos de la futbolista de moda y la jalean al grito de “Rapinoe for president!”.

“Y sí, hacemos deporte, jugamos al fútbol, somos mujeres deportistas, pero somos mucho más que eso. Y ustedes son mucho más que hinchas que se conectan a un Mundial cada cuatro años. Caminan por la calle cada día e interactúan con su comunidad cada día. ¿Y cómo la hacen la mejor? Es responsabilidad de todos”, sentenció la histriónica Rapinoe en uno de los diversos actos con los que las pupilas de Jill Ellis festejaron en Nueva York su segundo Mundial consecutivo.

Y eso me recordó a lo que unos días antes le había oído decir a Karina LeBlanc, la ex guardameta de la selección canadiense, sobre las futbolistas que protagonizaron el Mundial de Francia.

“Mi generación, que tuvo a (Brandi) Chastain como referente, quiso dejar nuestro deporte en un mejor lugar y, cuando lo contemplo ahora, sonrío y me siento orgullosa porque le pasamos el relevo a estas jugadoras que entendieron la responsabilidad de jugar por su país, entendieron que son referentes, que hablan y son escuchadas, ya hablen de política o de otra cosa”, nos contó LeBlanc a los pocos periodistas que asistimos a un partido de viejas glorias en Lyón.
“Estas futbolistas son auténticas y eso me enorgullece porque están aportando algo que va más allá del juego, están creando una cultura popular que va a llegar también a muchas niñas”, añadió la mujer que defendió el arco de Canadá en el Mundial de 2015 antes de colgar definitivamente las botas.

LeBlanc citó a la australiana Sam Kerr, a la brasileña Marta y, por supuesto, a Rapinoe como ejemplos destacados de “una generación de mujeres a las que dijeron no en diversas ocasiones y por diversos motivos, fueron cuestionadas por todo el mundo, pero resistieron, persistieron, pusieron la bandera en su corazón y dijeron ‘voy a servir de inspiración para este país, para la próxima generación’, y eso es lo que hicieron”.

No podía ser más clarividente la ex internacional canadiense, hija de padre nacido en Dominica y de madre jamaicana, que se dedicó a jugar al fútbol porque le gustaba, porque soñaba con ser olímpica -y lo consiguió- y porque quería ser un modelo para todas las niñas a las que ahora también dice: “Sean sus propias heroínas”.

Como Rapinoe y muchas otras mujeres que no disponen de altavoces, LeBlanc lucha a través del deporte por una sociedad más igualitaria y más justa con independencia del género y la condición de quienes la componemos.

Estados Unidos aprovecha su menguante ventaja, sus rivales reclaman recursos para hacerla desaparecer

La selección estadounidense conquistó este domingo el cuarto Mundial femenino de su historia y confirmó así su notorio dominio del fútbol entre las mujeres.

En su palmarés, lucen ya la mitad de los cetros disputados desde 1991 -ocho-, los dos últimos ganados de manera consecutiva en Canadá 2015 y en Francia 2019.

No son gratuitos los títulos, por más que en esta Copa del Mundo llamada a cambiar la historia de las mujeres en el fútbol, la superioridad de Estados Unidos no haya sido tan clamorosa como en ediciones anteriores.

Holanda, la vigente campeona de Europa y por primera vez finalista, aguantó el empuje de las norteamericanas durante casi una hora, hasta que un penal discutible acabó con su resistencia. En instancias precedentes, Inglaterra, Francia y España también compitieron con mucha dignidad ante las ahora tetracampeonas.

Si bien menguante, Estados Unidos sigue jugando con ventaja: lleva años dotando a las futbolistas de los medios que necesitan para sobresalir y marcar la diferencia. Aunque aún no gocen de las mismas condiciones que sus pares masculinos, que no ganaron nunca ningún título, basta con echar un vistazo al banco estadounidense para apreciar la diferencia.

La cantidad de técnicos, preparadores, ayudantes, médicos y fisioterapeutas que acompañan a las jugadoras y a la seleccionadora Jill Ellis supera -en algunos casos muy de largo- la de cualquier selección.

En varios partidos, conté hasta ocho personas, la mayoría casi tan activas como la entrenadora principal en sus quehaceres. En la final ante Holanda, la cifra aumentó a 15, al menos en los últimos compases del choque, cuando ya todo apuntaba a un nuevo título para las norteamericanas.

La cifra, en cualquier caso, fue siempre llamativa. La hiperactiva Ellis -se pasó el Mundial peleando con la árbitra encargada de que las entrenadoras no sobrepasen el área técnica-, cuenta con un ayudante que habitualmente traslada las órdenes tácticas a las jugadoras. Seguro que lo ha visto porque también él es muy activo y gesticula de manera ostensible cuando tiene que indicar un cambio de posición o cualquier otra consigna. No es su único ayudante. Una preparadora se coordina con él para ordenar el equipo sobre la cancha a medida que avanza el partido.

Otra colaboradora distinta se ocupa de vigilar que las futbolistas estén siempre hidratadas y va suministrando las botellas con líquidos recuperadores a lo largo de todo el duelo, más allá de la pausa pactada a causa del calor. Todo está medido.

Los médicos saltan al más mínimo contratiempo y suelen ser dos. Un “espía” sigue en perspectiva el partido desde la grada y hace llegar sus comentarios al banco. Allí varios técnicos más los reciben y los procesan. De ahí salen algunas de las decisiones que Ellis toma sobre la marcha.

“Si hemos ganado dos campeonatos de manera consecutiva es porque tenemos a muchas jugadoras súper talentosas y, sobre todo, a un cuerpo técnico muy talentoso”, sentenció Megan Rapinoe tras alzarse con el Balón de Oro del torneo.

“Nuestro staff es de clase mundial y todo esto es mérito especialmente de ellos”, agregó la estrella estadounidense, autora de los seis goles que le dieron también la Bota de Oro del campeonato.

Jill (Ellis) hizo un gran trabajo en la gestión del equipo. El mérito es suyo y de su equipo por saber determinar nuestros roles», añadió la mediática Alex Morgan, Bota de Plata del Mundial.

Además de contar con un nutrido cuerpo técnico que se reparte las labores, las jugadoras estadounidenses pueden dedicarse profesionalmente al fútbol y entrenarse y jugar en instalaciones que están a la altura de lo que se les exige.

También en eso aventajan a la mayoría de sus competidoras, que luchan por acercarse a su nivel de profesionalidad, aunque ellas sigan sin considerarlo óptimo.

“Es obvio que desde 2017 hemos avanzado, pero aún nos queda camino. Mejoramos nuestro juego, que es más rápido y más potente, pero aún tenemos que seguir mejorando en lo que respecta a la posesión del balón, por ejemplo, y, sobre todo, a las instalaciones en las que trabajamos”, afirmó Sarina Wiegman, seleccionadora holandesa.

El grupo de trabajo de Wiegman es amplio comparado con el de selecciones más modestas. Pero ni siquiera la vigente campeona de Europa iguala en medios a la tetracampeona mundial.

Las distancias se han recortado, como se pudo ver en este Mundial y constataron las propias estadounidenses. “El nivel ha crecido exponencialmente. Este campeonato ha sido muy difícil y muy exigente. Nos hemos enfrentado a algunos de los mejores equipos del mundo”, aseguró Ellis.

“Competimos con grandísimos equipos y creo que nuestra experiencia fue la que marcó la diferencia durante todo el torneo”, añadió Rapinoe.

La experiencia se adquiere compitiendo y para competir a un determinado nivel hay que tener las condiciones que permitan hacerlo. De ello dependerá que la distancia entre Estados Unidos y el resto de selecciones se siga recortando y que el Mundial cuente con cada vez más aspirantes a proclamarse campeón.

Viejas glorias con fútbol y discurso

Nunca fui muy fan de los partidos entre viejas glorias. Creo que a menudo dejan en mal lugar a las leyendas y aportan poco o nada al espectáculo.

Y sin embargo, me gustó asistir al que protagonizaron este viernes en Lyón una selección de antiguas futbolistas francesas y otra de ex jugadoras internacionales, como previa de la final del Mundial de Francia que este domingo dirimirán en el Parc Lyonnais la aspirante Holanda y la tricampeona Estados Unidos.

Confieso que, como la mayoría de quienes estábamos allí, no conocía a casi ninguna de las supuestas jugadoras estrella. Entre ellas no estaba, por ejemplo, la estadounidense Hope Solo ni su compatriota Brandi Chastain, por citar a dos campeonas mundiales de lo más populares entre la hinchada.

Y quizás por eso me sorprendió ver el gran nivel de juego que mostraron aquellas mujeres en una cancha de fútbol sala a más de 30 grados de temperatura.

Su control del balón y su capacidad para fintar y hacer filigranas me pareció notable, especialmente en el caso de algunas ex futbolistas que estaban más cerca de los 60 años que de los 50.

Imagino que fueron pioneras. Y que sirvieron de ejemplo a otras mujeres que también disputaron el pretendido choque de las leyendas como la recién retirada Laure Georges, ex del Paris Saint Germain y del Bayern de Múnich, y Sandrine Brétigny, aún en activo en el Marsella.

En el equipo internacional, mucho menos numeroso en componentes, había ex mundialistas como la canadiense Karina Leblanc, la estadounidense Kristine Lilly y la holandesa Kirsten van de Ven.

Leblanc, que disputó el pasado Mundial de Canadá 2015 y se retiró a su término, protagonizó alguna que otra atajada de mérito, derrochó simpatía y se explayó ante l@s periodistas con un discurso de lo más interesante.

Escribiré sobre él más adelante, pero avanzo un titular: “Este Mundial ha demostrado que el fútbol no es más un deporte sólo de hombres, es también un deporte de mujeres. Hay que aprovechar este momento de auge para construir algo sólido”.

Entre todas las futbolistas, se colaron también el francés Youri Djordkaeff y el brasileño Sony Anderson, el primero con la selección gala, el segundo con la internacional. No acabé de entender el papel de los dos ex internacionales en un partido de glorias femeninas… Pero quiero pensar que la FIFA intentó usarlos de reclamo y como ejemplo de hombres que no tienen problema en jugar con las mujeres…

Djordkaeff, además de campeón del mundo con Francia en 1998, es lionés de nacimiento. Y Anderson completó la parte más brillante de su carrera en el Olympique Lyonnais entre 1999 y 2003. Son dos futbolistas populares en la zona y, ciertamente, a quienes más reconocían los fans que se acercaron en busca de autógrafos, selfis y espectáculo futbolístico bajo el tremendo calor.

Hubo, por cierto, siete goles: cuatro para el combinado francés y tres para el internacional. Algunos fueron, ciertamente, espectaculares.

Futbolistas del mundo, ¡atrévanse a brillar!

“Dare to shine”, en inglés. “Le moment de briller”, en francés. “Atrévanse a brillar”, sería en castellano, si la FIFA hubiera decidido difundir también en español el lema que eligió para el Mundial de Francia. No lo hizo y se entiende. Aunque habría sido todo un detalle con Argentina, Chile y España, las tres selecciones hispanohablantes que participaron del campeonato y protagonizaron las mejores actuaciones de su historia.

Sus futbolistas se atrevieron a brillar como nunca antes lo habían hecho. Y lo mismo podría aplicarse a las escocesas, que rozaron los octavos de final en su primera Copa del Mundo. O a las suecas, que se metieron en las semifinales y tuvieron a la campeona europea Holanda contra las cuerdas. En realidad, no se me ocurre ninguna jugadora ni ninguna selección que tuviera miedo a dar lo mejor de sí misma.

El lema, hay que reconocerlo, suena especialmente bien en inglés, un idioma que condensa como pocos los conceptos. Pero no deja de ser llamativo que el organismo que durante medio siglo prohibió a las mujeres jugar al fútbol las ponga ahora en el escaparate y las desafíe, además, a brillar, como si hasta ahora no lo hubieran hecho porque les faltó valor.

El problema y la falta de osadía nunca fue de las mujeres. La propia FIFA lo reconoce en una exposición sobre la historia del “fútbol femenino” (¿?) que hasta el próximo domingo 7 de julio se puede ver en París.

Si bien toda la acción se trasladó hace días a Lyón, sede de las semifinales y de la final del torneo, el Museo del Fútbol Mundial de la FIFA mantiene en la capital francesa la pequeña pero elocuente muestra.

Allí pueden verse las aparatosas botas con las que las mujeres jugaban al fútbol ya entre 1870 y 1900. Y el cartel que anunció “el primer partido de fútbol de mujeres” el 23 de marzo de 1895 en Nightingale Lane, Hornsey, un distrito del norte de Londres. Y figurines de la época. Y también las primeras caricaturas en ridiculizar a las futbolistas. Hacían mofa de su físico y de cómo jugaban.

Quizás porque, para entonces, algunos diarios de la época ya escribían sobre el éxito que el fútbol tenía no sólo entre las mujeres sino también entre los miles de fans de todo género que acudían a la cancha a verlas jugar. “El deporte ha conquistado a la mujer y las mujeres han conquistado el deporte”, sentenció la revista Fémina Sport en 1932 en alusión al fútbol.

Cierto, el binomio había alcanzado su “edad de oro” en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando las mujeres aprovecharon el tiempo de trincheras y la ausencia masculina para adueñarse del balón.

Pero la afirmación de Fémina Sport llegaba 11 años después de que la Federación inglesa decidiera apartar definitivamente a las mujeres de su práctica usando argumentos morales y pseudocientíficos. Éstos no escondían sino la intención de acabar con una competencia que los dirigentes consideraban temible para el fútbol masculino -si apellidamos, hagámoslo también con el otro género-: mientras los hombres buscaban vivir del fútbol y ser profesionales, la recaudación de taquilla de los concurridos partidos femeninos se dedicaba a obras sociales.

La prohibición inglesa, que afectaba directamente a los clubes y se sumaba a la que ya desde 1902 impedía el fútbol de mujeres de modo general, fue secundada por otros países y también por la FIFA. Y las mujeres tuvieron que esperar hasta finales de los 60 y principios de los 70 para empezar a organizar los primeros torneos y Mundiales oficiosos sin ningún tipo de apoyo institucional.

El movimiento resultó entonces tan evidente que algunas federaciones -la inglesa la primera- reconocieron el fútbol femenino y la FIFA inició una consulta al respecto entre sus integrantes.

El cuestionario, escrito a máquina, forma parte de la exposición y plantea preguntas como éstas: “¿Su federación reconoce oficialmente el fútbol femenino? ¿Hay equipos femeninos que juegan al fútbol en su país? Si hay fútbol femenino en su país, no cree que, en lugar de ser explotado por managers nacionales o internacionales, sería oportuno situarlo bajo el control de su federación?”.

Las respuestas a éstas y otras cuestiones -si los equipos femeninos disputan algún tipo de campeonato, si hay árbitras y en qué categorías ejercen- no se recoge. Sí se exhibe el programa oficial del segundo “Campeonato Mundial de fútbol femenil” disputado en México en 1971. El primero se había celebrado un año antes en Italia y en ambas oportunidades la selección ganadora fue Dinamarca.

El organismo que rige el fútbol mundial, en cualquier caso, demoró dos décadas más en reaccionar y, mientras el europeo (UEFA) lanzaba su primera Eurocopa femenina en 1984, la primera Copa del Mundo para las mujeres no llegó hasta 1991, en China.

La ganó Estados Unidos y, según se asegura en la muestra, fue seguida presencialmente por 510.000 espectadores.

El espectro no ha dejado de crecer desde entonces, pese al escaso respaldo recibido por las futbolistas durante años, la desigualdad de condiciones de base que todavía persiste y los prejuicios que, cada vez menos -quiero creer-, presiden la mirada.

“¡Es que hay algunas mujeres que juegan mejor que los hombres!”, le oí comentar con sorpresa a un treintañero que visitaba la exposición junto a dos amigas. Estaba parado frente a la icónica portada que la prestigiosa revista norteamericana Sports Illustrated dedicó a Brandi Chastain cuando un espectacular gol suyo dio el segundo Mundial a Estados Unidos en 1999 y su festejo acaparó los focos.

El fútbol avanzó entre las mujeres de la potencia americana como en ningún otro lugar. Si superan a Holanda en la final de Lyón, se llevarán el dorado trofeo que también se exhibe en la muestra protegido por una urna de cristal que impide tocarlo. Es el mismo que entregará Gianni Infantino -el jefe de todo- el domingo y sería el cuarto cetro de las estadounidenses. Brillan y atesoran más que nadie, claro está.

Detalles del EE.UU. vs Francia que hablan de mujeres, fútbol y sociedad

Las entrenadoras siempre dicen que son los detalles los que definen los partidos. Siguiendo esta manida afirmación, decidí buscar los que más me llamaran la atención en el duelo por los cuartos del Mundial Femenino de Fútbol que ayer enfrentó a la anfitriona Francia con los Estados Unidos. No sé si alguno influyó en la victoria por 2-1 de las norteamericanas. Pero, para mí, ilustran el estado de la cuestión de las mujeres en el fútbol. Me quedé con los siguientes:

• En los prolegómenos del choque, en uno de los goles del Parque de los Príncipes, miles de hinchas compusieron un mosaico de la bandera francesa. Hasta aquí, nada extraordinario. Lo novedoso fue ver a una Marianne feminista presidiendo la composición. La figura alegórica que representa los valores de la República Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) se adaptó a nuestro tiempo y simbolizó más que nunca la igualdad por la que luchamos las mujeres en todos los ámbitos, incluido el fútbol.

• La FIFA se unió a la reivindicación con un mensaje a través de la megafonía, mientras francesas y estadounidenses se fotografiaban de manera conjunta para la campaña que el organismo rector del fútbol emprendió en los últimos años para “hacer de la igualdad una realidad”. Dudo que crea realmente en lo que proclama. Pero cualquier acción que contribuya al objetivo es bienvenida.

• A la FIFA -como a la sociedad- le queda aún mucho camino por recorrer para lograr lo que dice pretender. Pero ayer en el Parque de los Príncipes había miles de niños y niñas que vibraron con el partido sin reparar en el género de quienes lo disputaban. Es un buen síntoma.

• Delante de mí, dos hermanos vestidos con la camiseta de Griezmann y Mbappé animaron sin pausa a las jugadoras francesas, mientras comentaban las jugadas con su padre y cuestionaban algunas decisiones de la jueza. El gol de Wendie Renard los levantó de su asiento como si valiera un campeonato. Son los hombres del futuro y apuntan buenas maneras.

• De camino a la cancha, encontré a dos familias que, como muchas otras, llevaban a sus hijas futbolistas al partido. Una era de Estados Unidos, padre, madre e hija preadolescente, y habían visto varios de choques de su selección en este Mundial. La otra familia era de Kazajistán y había hecho un cambio de planes en sus vacaciones para que su hija mayor -unos diez años- pudiera disfrutar en vivo del duelo entre la tricampeona mundial y Francia. Sus otras dos hermanas, más pequeñas, tampoco quisieron perdérselo.

• Un partido más, Megan Rapinoe se ofreció, gustosa, como referente para las miles de niñas, adolescentes y mujeres que ayer llenaron la cancha del Paris Saint Germain. Lo hizo con sus goles: otro doblete decisivo como el que había marcado ante la selección española en octavos. Y con sus gestos. Más que ninguna otra jugadora, la delantera estadounidense está aprovechando el escaparate del Mundial para reivindicar las causas por las que lucha. Además de cuestionar a Donald Trump y sus políticas discriminatorias al frente de la Administración de Estados Unidos -anunció que no asistirá a la “jodida Casa Blanca” si se proclaman de nuevo campeonas y el Presidente las invita-, Rapinoe reclama el derecho de l@s deportistas gay a ser tratad@s como el resto y cuestiona el sistema penitenciario de la potencia norteamericana. Su hermano mayor pasó años encerrado en diferentes prisiones del país por delitos relacionados con el consumo de drogas.

• “Me motiva la gente como yo y la que lucha por las mismas cosas. Prefiero la energía que me da eso que intentar demostrar que los otros están equivocados. Eso me agota”, afirmó Rapinoe después de ser elegida, de nuevo, la mejor jugadora del partido. “No puedes ganar un campeonato sin gays en tu equipo. Nunca antes ha sucedido, nunca. Está ahí, es ciencia”, respondió a preguntas de los periodistas en el día del Orgullo. “Ser gay y fantástica durante el Mes del Orgullo en el Mundial está muy bien”, añadió, por si había alguna duda de su compromiso con la causa LGTB+.

Jill Ellis, la seleccionadora de Estados Unidos, definió así a su estrella: “Tiene una gran personalidad dentro y fuera de la cancha. Ama y vive para estos grandes momentos. Es una jugadora de grandes momentos. Cuanto más importante es el escenario, mejor responde”. En Francia 2019, Rapinoe es la máxima anotadora de su equipo con cinco goles y la líder indiscutible del grupo que capitanea la mediática Alex Morgan.

• La sinceridad sin ambages y la asunción de responsabilidades de Corinne Diacre, la preparadora de Francia, como ejemplo de comportamiento para entrenadoras y entrenadores de cualquier categoría. “Esto es un fracaso deportivo. Estamos lejos de nuestro objetivo. Pero espero que, al menos, hayamos ganado el corazón de la gente”, asumió Diacre tras la derrota que, por quinta vez consecutiva, apeó a Francia en unos cuartos. “Analizaremos los que hicimos mal y lo que hicimos bien y seguiremos. Hoy demostramos que ya no estamos tan lejos de los Estados Unidos. Nunca las había visto acabar el partido defendiendo con cinco”.

• Por último, pero no por ello menos importante, el récord de asistencia que registró ayer el Parque de los Príncipes. 45.595 espectadores asistieron en persona al duelo sin que se produjera ni un solo incidente entre las hinchadas. Al contrario. El ambiente de camaradería y buena onda entre las aficiones confirmó no sólo el interés que pueden generar las mujeres jugando al fútbol sino la sana rivalidad con la que l@s fans participan de los partidos.

La mexicana Charlyn ficha por el Atlético y la exclusiva no interesa a nadie

Aviso para el lector: lo que leerá de entrada en este post es -hasta donde yo sé- una noticia exclusiva, que probablemente encontrará usted en los próximos días en algún diario deportivo o generalista de España. Es hasta posible que algún medio la saque de este blog y la reproduzca como si fuera suya. Es algo habitual en el periodismo.

Y es que quien la protagoniza es Charlyn Corral, la estrella mexicana, que, según pude saber, vestirá la camiseta del Atlético de Madrid la próxima temporada.

Fuentes al corriente de las negociaciones me contaron que la segunda máxima goleadora de la liga española la pasada temporada y pichichi de la anterior campaña abandonará el Levante y el próximo curso reforzará al vigente campeón de la liga española. El acuerdo está ya cerrado y sólo espera oficialización.

La noticia no es menor. Afecta al equipo más poderoso del fútbol español y a la jugadora que, en las últimas temporadas, rivalizó con Jennifer Hermoso por el título de máxima realizadora del campeonato. Charlyn, como se la conoce, es, además, la futbolista mexicana más talentosa y popular de su país y la líder de su selección.

Fuente: Instagram de Luis García

Podría dar unos cuantos más datos sobre ella para contextualizarla. Pero, como esto no es un diario, me abstengo. En realidad, escribo este post para hablar de otra cosa que me parece tan importante como la noticia: que en España no le interesó a ningún medio.

Cuando digo ninguno, me refiero -para ser precisa- a dos grandes diarios deportivos y a otros dos grandes generalistas, los tres que me dijeron no, uno tras otro, y un cuarto que aún no contestó. Después, me cansé. Y, como además intuí que la respuesta sería siempre la misma, decidí publicar la exclusiva en mi blog para que quede constancia y, sobre todo, para hacer un par de reflexiones que extraje del episodio.

La primera es obvia: el fútbol jugado por mujeres interesa lo que interesa, que es más bien poco, por más que ahora todo el mundo abrace el discurso de la igualdad y hable del buen papel de la selección española en el Mundial de Francia.

Coincido con mi gran colega Sebastián Fest en que en todo esto del llamado fútbol femenino (¿?) hay mucho postureo, mucho de no quedar al margen de una moda políticamente correcta y que, además, ofrece oportunidades de negocio.

Lo pensaba antes de aterrizar en París para cubrir mi primer Mundial femenino y lo sostengo, con más argumentos, ahora que el campeonato ya está en su ecuador. Basta hacer un recorrido por los diarios y ver dónde aparece Francia 2019, cuando aparece.

La segunda no es, en realidad, una reflexión sino otra constatación agravada por esta particular experiencia: la desvergüenza en los medios españoles sobrepasó todo límite.

¿Por qué? Y porque ya no tienen ningún reparo en responder que no compran notas a periodistas freelance porque no quieren pagar y, de hecho, no pagan las colaboraciones. Tal cual lo lee.

En la cúpula de los diarios españoles -y no me refiero precisamente a los más modestos- hay personas muy bien remuneradas que consideran que el trabajo ajeno no debe ser pagado; que los periodistas autónomos, cada vez más numerosos, deben regalar su trabajo y, además, dar gracias por el detalle de que se lo publiquen.

De no creer. Y sin embargo, sucede ya sin ningún tipo de disimulo, como si hubiéramos vuelto al medioevo o a los tiempos en los que la esclavitud era norma. En España, se abolió oficialmente entre 1880 y 1888. Eche cuentas.

Y, de paso, intente encontrar argumentos de un mínimo peso para explicar semejante aberración. Yo soy incapaz de encontrar ni uno solo. Como tampoco encuentro los motivos que pueden llevar a un/a periodista a regalar lo que produce, como si su trabajo no tuviera ningún valor o no le hubiera dedicado esfuerzo y tiempo.

Pero así estamos y así nos va. Extráñese usted de que el periodismo y los medios en España, lejos de salir de la crisis, la profundicen cada día un poco más.

Selección española: el balón en otro tejado

De todas las declaraciones que escuché tras la eliminación de la selección española en los octavos de final del Mundial femenino de fútbol, me quedo con las de Jill Ellis, la entrenadora estadounidense: “España es un buen equipo. Si ustedes vieron sus partidos de clasificación y sus amistosos, dominaron siempre el balón. Sabíamos que iba a ser un partido difícil, el más complicado de todos los octavos. Y así ha sido”.

Las palabras de la experta seleccionadora norteamericana evidencian el largo trecho recorrido por las futbolistas españolas en apenas cuatro años, los que pasaron desde el pasado Mundial de Canadá.

Un poco más de inversión y una mejora en sus condiciones de trabajo -que siguen estando lejos de ser ideales- han sido suficientes en este tiempo para que las pupilas de Jorge Vilda le plantaran cara a la tricampeona Estados Unidos, que se impuso por 2-1 porque es claramente superior, pero también porque tuvo dos penales a favor, uno de ellos claramente cuestionable.

Ellis saldó la controversia con un recurrido “el fútbol tiene estas cosas” y prefirió no abundar en una polémica a la que tampoco se agarraron las jugadoras españolas, pese a su evidente decepción.

Es algo que las honra y que las distingue en un país tendente a explicar las derrotas por las decisiones arbitrales. No es un cambio menor asumir los errores propios para seguir creciendo.

Claro que no les bastará con eso. Necesitarán también que quienes tienen los medios para hacer crecer el fútbol entre las mujeres confirmen la solidez de su apuesta con más recursos y mayor visibilidad.

Si la Federación, los clubes y los patrocinadores no dotan a las futbolistas de los recursos que precisan (salarios, instalaciones, preparadores) para que puedan dedicarse exclusivamente a su deporte sin necesidad de combinarlo con otros trabajos, el llamado fútbol femenino (¿?) español difícilmente podrá aspirar a instalarse en la élite.

El voluntarismo y la competitividad sirven durante un tiempo y permiten llegar a determinadas instancias; rara vez superarlas cuando los rivales tienen más y mejor de todo en su rutina diaria.

La materia prima está, es evidente. Sólo hay que mirar a las futbolistas más jóvenes, campeonas del mundo sub-17 y de Europa sub-19.

Ellas tuvieron la fortuna de criarse en un fútbol más diverso, con menos apellidos de género y más referentes femeninos en los que proyectarse. Y eso tiene su efecto.

La generación que ahora asume la responsabilidad y la exigencia de representar a la selección española en categoría absoluta tuvo que batallar bastante más. Y en ello sigue, mientras alcanza objetivos inimaginables hace apenas unos meses.

Su gran rendimiento ante Estados Unidos tras su histórica clasificación para octavos no hizo sino confirmar que las deportistas españolas son tremendamente competitivas incluso en inferioridad de condiciones.

Cumplieron con la parte que les correspondía. El balón está a partir de mañana en el tejado de quienes ahora sacan pecho gracias a un logro que les corresponde casi exclusivamente a ellas.

Argentina-Escocia, un partido para enganchar a nuev@s adept@s

Concluye el Argentina-Escocia y pienso en las cuatro veinteañeras que viajaban a mi lado en el metro de París camino al Parque de los Príncipes. Espero que con lo que han visto esta noche en la cancha del Paris Saint Germain (PSG) se acaben enganchando definitivamente al fútbol, también cuando lo juegan mujeres.

Antes de que argentinas y escocesas empatasen 3-3 en un choque vibrante, cargado de emoción y con un final de infarto, las había oído decir que no eran muy aficionadas al fútbol, así, sin género, que venían al partido para aprovechar la oportunidad de vivir en primera persona un Mundial.

Hablaban de la selección francesa, a la que habían visto ganar con solvencia sus dos primeros duelos del campeonato frente a Corea del Sur y Noruega. Apenas conocían a las jugadoras galas, confesaban tres de ellas. Pero todas identificaban a Amandine Henry, la capitana de las Bleues.

“Cobra 5.000 euros al mes”, comentó una de ellas admirada. “No, no creo que cobre eso. Me parece mucho. Serán 3.000 euros como mucho”, le replicó su amiga, no sé si porque le pareció un salario muy alto en general o porque consideró que los equipos femeninos no pueden pagar esas cifras.

La mayoría, efectivamente, no lo hace. Pero Henry juega en el todopoderoso Olympique de Lyon, el club que, junto al PSG, mejor remunera a sus jugadoras en Francia: los salarios oscilan entre los 5.000 y los 10.000 euros.

“Bueno, yo voy a apostar al resultado del partido, a ver si al final del Mundial me gano unos euros”, dijo la más alta y habladora del grupo antes de agarrar su móvil y colocar un 1-0 a favor de Argentina. “Nada, pongo cinco euros por todo y listo; es divertido. Al final del Mundial, veré qué saco”, añadió.

Ni la locuaz apostadora ni la cuarta componente del grupo iban al partido. Al llegar a la parada del Parc des Princes desearon a sus otras dos amigas que se divirtieran y siguieron su camino en el metro.

Lástima. Se perdieron un gran partido. El mejor de las argentinas en esta fase de grupos que aún no saben si tendrá premio para ellas. Su pase a la siguiente ronda depende de lo que suceda en los enfrentamientos de este jueves.

Pero ayer no faltó de nada en un duelo que los dos equipos debían ganar si querían citarse con la historia en octavos de final. Escocia disputa su primer Mundial en Francia 2018. Argentina, el tercero. Pero las sudamericanas lograron su boleto para Francia 2019 en la repesca, después de enfrentarse a su federación, la popular AFA, por los escasísimos recursos que les dedicaba. Durante dos años (2015-2017), no jugaron ni un solo partido internacional.

No se notó ayer en el estadio parisino, donde hubo, además de seis goles (3-3) y un juego por momentos notable, pasión, tensión, suspense, un penal sobre la hora señalado por el VAR y lanzado dos veces, emoción desbordante, remontada y un final abrupto cuando al duelo aún le quedaba vida.

La juez lo mató en su punto álgido, sin agregar los minutos que se habían perdido en el añadido con la repetición del penal. Nadie entendió su decisión. Las que menos las futbolistas, que permanecieron en la cancha durante minutos sin saber qué hacer.

Las argentinas, lanzadas, se veían capaces de culminar su increíble remontada en esos minutos extra que en el fútbol no son de la basura. El público -había 28.205 espectadores en la cancha- estaba de su lado y su moral, por las nubes, después de haber neutralizado un 3-0 en 20 minutos.

“Me quedo con un sabor amargo porque, si duraba un poquito más, no sé si lo ganamos…”, dijo, lacónico, Carlos Borrello, el seleccionador argentino.

Las escocesas estaban hundidas. Y aun así querían esos minutos de más para buscar a la desesperada lo que habían dejado escapar en un final de partido sorprendente.

Durante una hora, con tremenda efectividad, las pupilas de Shelley Kerr habían convertido en gol casi todas su ocasiones: tres. Argentina parecía muerta. Era sólo una falsa impresión.

La entrada a la cancha de una adolescente de 17 años de nombre Dalila Ippolito y de una chica de 22 llamada Milagros Menéndez revolucionó el ataque albiceleste. Las dos debutaban en éste y en cualquier Mundial. Jugaron sin miedo y resultaron decisivas.

“Traté de plasmar acá lo que hacía en el barrio. La verdad, me sentí en el potrero y nada más lindo que eso. Me sentí, suelta, muy suelta”, explicó después Ippolito, que asistió a Menéndez en el primer gol de Argentina.

“Nunca perdí la fe ni la esperanza de que el partido se podía sacar adelante. Faltaban 20 minutos y el gol puede entrar en cualquier momento. Entré y traté de subirles las ganas a las chicas que anímicamente estaban un poco bajón porque eran tres goles, capaz dos injustos, de pelota parada, pero traté de alentar al equipo para que sigamos yendo para adelante”, continuó la menuda y descarada joven, que con sus brazos también pedía a la hinchada que no dejara de animar.

“Mi papá me había dicho ‘hija, pido diez minutos de gloria’. Le dije que estaba difícil porque había jugadoras de muy buen nivel, pero Carlos me dio la oportunidad y pude convertir un gol en un Mundial que, te juro, no me lo voy a olvidar nunca más en mi vida”, contó luego Menéndez, que un par de días antes se había visto en sueños marcando un gol, pero de otra factura.

El segundo tanto de la Albiceleste fue un disparo de Florencia Bonsegundo desde la frontal del área que dio en el travesaño, rebotó en la portera escocesa y sobrepasó la línea. La FIFA se lo atribuyó en propio arco a Lee Alexander, pero el mérito fue, sin duda, de la centrocampista argentina, que exhibió todo su coraje en el penal que firmó el 3-3.

Llegó ya en el tiempo añadido, después de que la sala de videoarbitraje (VAR) se tomara varios minutos para decirle a la colegiada que revisara la jugada. Ésta alargó el suspense por unos minutos más. Finalmente, se corrigió y apuntó a los 11 metros.

Con la grada rugiendo, Bonsegundo asumió la responsabilidad de lanzar la pena. Alexander le adivinó la trayectoria, despejó el balón y la argentina no alcanzó a rematar el rechace de la arquera escocesa.

Las británicas corrieron a felicitar a su compañera sin tener en cuenta que se había movido antes de tiempo. Como viene sucediendo en este campeonato, la colegiada demoró un poco, pero mandó repetir el penal.

Sin dudarlo, Bonsegundo volvió a situarse en el fatídico punto y, esta vez sí, batió a Alexander con un fuerte disparo ligeramente escorado a la derecha.

“Sí, quería tirarlo. Tenía la confianza de mis compañeras. Apenas lo erré, vinieron todas a decirme que dale, que dale”, comentó la goleadora tras el duelo.

“En ese momento, te pasan por la cabeza miles de cosas, pero tuve la revancha enseguida y poder convertirlo me ha dado una alegría inmensa y una relajación increíble”, continuó.

El marcador enseñó el 3-3. Por primera vez en la historia de los Mundiales femeninos, un equipo era capaz de revertir un 3-0 en contra e igualar el partido. La hinchada argentina, incansable siempre, desató toda su euforia.

A mi lado, una periodista inglesa se llevaba las manos a la cabeza. Le tocaba rehacer su crónica para The Guardian a velocidad de vértigo. No daba crédito a semejante desenlace.

Yo no volví a ver a las chicas del metro. Pero no tengo ninguna duda de que, como les habían deseado sus amigas, se divirtieron de lo lindo con el espectáculo de estas mujeres. Creo que el fútbol, sin ningún tipo de apellido, ganó como poco dos hinchas más.