Jill Ellis abandona el banco de Estados Unidos tras devolverle el reinado mundial

De Jill Ellis tengo grabadas, además de ciertas palabras que siempre repite en sus discursos, su hiperactividad en la banda cuando dirige y la naturalidad con la que, en plena conferencia de prensa, después de conquistar el reciente Mundial de Francia, rechazó una llamada de su madre que se coló en los micrófonos de la concurrida sala.

“Probablemente, sea mi madre para hablar conmigo por FaceTime», dijo mientras agarraba el teléfono y miraba la pantalla. «Efectivamente, es ella. Seguro que se enoja conmigo porque le colgué», continuó con una sonrisa pícara.

Recupero esta anécdota porque este martes, apenas tres semanas después de haber conquistado su segunda Copa del Mundo de fútbol consecutiva al frente de Estados Unidos, Ellis anunció que en octubre dejará de ser la seleccionadora de la cuatro veces campeona mundial.   

“Entrenar a este equipo y trabajar con estas fantásticas mujeres ha sido el mayor honor de mi carrera. Quiero darles las gracias y alabar su compromiso y pasión para, no sólo ganar campeonatos, sino también para elevar el nivel de este deporte a escala mundial mientras se convertían en un referente para quienes vengan detrás de ellas”, afirmó Ellis en el comunicado que difundió la Federación estadounidense de fútbol.

“Nunca he rehuido el cambio en mi vida y para mí y para mi familia éste es el momento adecuado; es el momento de hacer otra cosa, (más sabiendo que) el plan está trazado para permanecer en la cúspide del fútbol femenino”, añadió.

Una parte de la hinchada estadounidense se quedó en shock al conocer la noticia. Pero la sorpresa fue sólo a medias -su posible renuncia ya planeó durante el pasado Mundial- y, según cuentan ciertos colegas gringos, algunas jugadoras hasta la festejaron.

Pese a sus indudables éxitos, la seria Ellis nunca fue muy apreciada por algunas de sus futbolistas, que cuestionaban sus alineaciones así como los cambios que hacía en los partidos y criticaban su supuesta falta de comunicación con ellas.

Quizá fue en parte eso lo que llevó a la primera entrenadora/entrenador de la historia en levantar dos Copas del Mundo femeninas a no prolongar un año más su contrato, que expiraba este miércoles y contemplaba esa opción, si la Federación estadounidense y ella así lo decidían.

Ellis decidió que no a un año de los Juegos Olímpicos de Tokio, un reto que la podía haber llevado a decidir que sí: nunca ninguna selección ha logrado proclamarse campeona del mundo y olímpica con tan sólo 12 meses de diferencia.

Como en el pasado ciclo olímpico, Estados Unidos lo intentará de nuevo en la cita japonesa de 2020, pero ya sin ella, que entonces contemplará el envite como embajadora.

Ése es el nuevo cargo que, según anunció la Federación estadounidense, Ellis desempeñará durante “al menos un año”.

Y es probable que no envidie a su sustituta/o, que tendrá aun menos tiempo para preparar los Juegos sabiendo que la presión será máxima.

Es posible también que, después de cinco años y a sus 52, Ellis se cansara de sentirla y precipitara su adiós para no enfrentarse de nuevo a la posibilidad del único fracaso que tuvo como seleccionadora de Estados Unidos: la caída frente a Suecia en la final de los Juegos de Río 2016.

Las norteamericanas habían ganado el Mundial de 2015, eran favoritas para hacerse con el oro olímpico al año siguiente y lo vieron volar en los penales frente a las europeas.

La de Río fue, sin duda, la derrota más dolorosa de la carrera de Ellis, cuyas estadísticas como seleccionadora absoluta están al alcance de muy pocos entrenadores: 102 victorias, 18 empates, sólo siete derrotas.

“Aquella caída en los penales estimuló a Ellis para reconstruir el equipo y convertirlo en lo que la mayoría considera el mejor equipo en la historia de este deporte”, recordó la Federación estadounidense en su nota.

En 2014, cuando ella asumió el cargo, Estados Unidos había perdido el reinado del fútbol a manos de Alemania (campeona en 2003 y 2007) y Japón (2011). Ellis, que había emergido de las categorías inferiores y había ejercido de seleccionadora interina por un breve periodo, tomó el mando y en 13 meses devolvió la corona al país al que arribó procedente de Inglaterra en 1981.

Y la mantuvo este verano en Francia, en el Mundial que cambiará la historia de las mujeres en el fútbol, con un expediente impoluto: ni una sola derrota en todo el campeonato, que conquistó frente a Holanda por 2-0.

Ahora, Ellis recoge sus éxitos, dice adiós en lo más alto y pasa un testigo ¿envenenado?

Anaïr Lomba deja el fútbol por un amor no correspondido

Hace días que pienso en Anaïr Lomba y en el extraordinario motivo que la llevó a decidir su retirada del fútbol a los 29 años, una historia de amor no correspondido.

Intento recordar algún caso similar y no lo consigo. Probablemente tenga mala memoria. Quizás, sólo quizás, nunca antes sucedió tal cosa.

No es para nada común que una futbolista profesional, en plenitud competitiva, decida dejar de hacer lo que más le gusta porque no puede jugar en el equipo de sus amores.

Lomba, más conocida como Lombi, lo ha hecho. Quería regresar al Espanyol. En el club blanquiazul no le encontraron hueco. Y ella ha reaccionado precipitando su adiós al fútbol.

La propia Lomba lo contó el pasado 16 de julio en una carta pública que difundió a través de las redes sociales y que enseguida despertó la admiración de miles de personas.

“Hace un tiempo que mi cabeza y mi corazón me piden jugar en casa. Hace un tiempo que pienso que engaño a cualquier equipo que no sea el mío porque siento y muero en blanquiazul. De un tiempo a esta parte es la única idea que tengo en mi cabeza, y mis principios me dicen que tiene que ser así o no será”, dice en uno de los párrafos.

“No quiero engañar a nadie ni dar un porcentaje de mí que no sea el que he dado siempre y no quiero defender un escudo cuando mi corazón late en otro color”, añade la delantera tras anunciar su retirada.

Fuente: Twitter

Imposible tras leer sus argumentos no acordarse de los llamados mercenarios del fútbol, tan comunes en las ligas masculinas.

Imposible también no pensar en las escasas opciones que tienen las mujeres para ser profesionales de este deporte y en los valores que hay que tener para renunciar cuando la puerta está aún abierta.

Más imposible aun no preguntarse cómo el Espanyol ha sido incapaz de reaccionar como club ante semejante declaración. ¡Con lo poco que cuesta quedar bien con un simple tuit desde la cuenta oficial de la entidad!

Porque Lombi ni siquiera es un producto de la buena y prolífica cantera perica. Es una gallega que recaló en el Barcelona a los 13 años, sufrió el tormento del desarraigo y tiempo después retornó a Vigo para hacer historia con El Olivo, el primer club gallego en alcanzar la Primera División femenina en 2011.

En 2014 recaló en el Espanyol y algo que trasciende el juego la hizo amarlo sin condiciones. No importaron las vicisitudes deportivas y físicas que atravesó en su periplo. Tampoco las extrañas circunstancias en las que abandonó el club catalán en 2017. Lombi se enamoró.

“Me fui de un sitio sin querer irme por algo que no dependía de mí y que iba más allá de la dignidad que, considero, debe tener un futbolista. El problema es que ese club nunca se fue de mí, y mi intención siempre ha sido volver”, confiesa la propia Lomba en su carta de despedida.

Este verano, tras dos temporadas en el club “Che” con lesiones y algunos triunfos personales, la delantera gallega quería regresar a su refugio sentimental. Encontró la puerta cerrada y no consideró otra opción. Ella, que se había sobrepuesto a una rotura del cruzado anterior derecho a los 18 años, a otra del cruzado anterior izquierdo a los 26 y a otras cuatro lesiones de consideración durante su carrera, escuchó por fin a su corazón. Y en un gesto insólito, dijo adiós.

Rapinoe, ¿heroína o, simplemente, una deportista distinta y ejemplar?

La estadounidense Megan Rapinoe acaparó estos días los focos de los medios de comunicación de todo el mundo como pocas futbolistas lo habían hecho antes.

Diarios, cadenas de televisión y radios de todo el orbe reprodujeron el discurso de inclusión y valores con el que Rapinoe festejó el cuarto Mundial de Fútbol alzado por Estados Unidos, que también se hizo viral en Twitter.

Fue una pequeña gran conquista de la estrella norteamericana que dice mucho de nuestra sociedad.

Nos extraña, sorprende y, en general, admira que una deportista reputada se posicione políticamente ante miles de personas, y más si lo hace en contra de los vientos retrógrados que soplan en Occidente.

Nos hemos acostumbrado tanto a que l@s deportistas se excluyan de cualquier debate social que, cuando Rapinoe dice algo tan lógico como que “tenemos que amar más y odiar menos, escuchar más y hablar menos, hacer entre tod@s un mundo mejor”, nos maravillamos y la convertimos en noticia de primera página.

No digo que no merezca serlo. Rapinoe suma a sus incuestionable méritos deportivos -mejor futbolista del reciente Mundial de Francia y Bota de Oro con seis goles- capacidad de liderazgo, mucho carisma y el deseo de generar debate, de crear opinión.

Y es esto último lo que la distingue de la mayoría de sus colegas que, gozando de la misma plataforma para proyectarse más allá del deporte, renuncian de manera expresa a convertirse en referentes sociales.

“Soy perfectamente consciente de la plataforma que tenemos y también de nuestra responsabilidad fuera de las canchas”, repitió la mujer que junto a Carli Lloyd capitaneó a la selección estadounidense durante la pasada Copa del Mundo.

Entonces, tanto como sus goles, llamaron la atención sus palabras en contra de la política discriminatoria de Donald Trump, el presidente de su país, que no dudó en enfrentarse con ella vía Twitter.

Se equivocó, una vez más, Trump. Además de ver cómo Rapinoe y sus compañeras conquistaban el Mundial y rechazaban cualquier posibilidad de llevar el trofeo a la Casa Blanca, el controvertido mandatario escucha ahora cómo miles de estadounidenses aclaman los discursos de la futbolista de moda y la jalean al grito de “Rapinoe for president!”.

“Y sí, hacemos deporte, jugamos al fútbol, somos mujeres deportistas, pero somos mucho más que eso. Y ustedes son mucho más que hinchas que se conectan a un Mundial cada cuatro años. Caminan por la calle cada día e interactúan con su comunidad cada día. ¿Y cómo la hacen la mejor? Es responsabilidad de todos”, sentenció la histriónica Rapinoe en uno de los diversos actos con los que las pupilas de Jill Ellis festejaron en Nueva York su segundo Mundial consecutivo.

Y eso me recordó a lo que unos días antes le había oído decir a Karina LeBlanc, la ex guardameta de la selección canadiense, sobre las futbolistas que protagonizaron el Mundial de Francia.

“Mi generación, que tuvo a (Brandi) Chastain como referente, quiso dejar nuestro deporte en un mejor lugar y, cuando lo contemplo ahora, sonrío y me siento orgullosa porque le pasamos el relevo a estas jugadoras que entendieron la responsabilidad de jugar por su país, entendieron que son referentes, que hablan y son escuchadas, ya hablen de política o de otra cosa”, nos contó LeBlanc a los pocos periodistas que asistimos a un partido de viejas glorias en Lyón.
“Estas futbolistas son auténticas y eso me enorgullece porque están aportando algo que va más allá del juego, están creando una cultura popular que va a llegar también a muchas niñas”, añadió la mujer que defendió el arco de Canadá en el Mundial de 2015 antes de colgar definitivamente las botas.

LeBlanc citó a la australiana Sam Kerr, a la brasileña Marta y, por supuesto, a Rapinoe como ejemplos destacados de “una generación de mujeres a las que dijeron no en diversas ocasiones y por diversos motivos, fueron cuestionadas por todo el mundo, pero resistieron, persistieron, pusieron la bandera en su corazón y dijeron ‘voy a servir de inspiración para este país, para la próxima generación’, y eso es lo que hicieron”.

No podía ser más clarividente la ex internacional canadiense, hija de padre nacido en Dominica y de madre jamaicana, que se dedicó a jugar al fútbol porque le gustaba, porque soñaba con ser olímpica -y lo consiguió- y porque quería ser un modelo para todas las niñas a las que ahora también dice: “Sean sus propias heroínas”.

Como Rapinoe y muchas otras mujeres que no disponen de altavoces, LeBlanc lucha a través del deporte por una sociedad más igualitaria y más justa con independencia del género y la condición de quienes la componemos.

Futbolistas del mundo, ¡atrévanse a brillar!

“Dare to shine”, en inglés. “Le moment de briller”, en francés. “Atrévanse a brillar”, sería en castellano, si la FIFA hubiera decidido difundir también en español el lema que eligió para el Mundial de Francia. No lo hizo y se entiende. Aunque habría sido todo un detalle con Argentina, Chile y España, las tres selecciones hispanohablantes que participaron del campeonato y protagonizaron las mejores actuaciones de su historia.

Sus futbolistas se atrevieron a brillar como nunca antes lo habían hecho. Y lo mismo podría aplicarse a las escocesas, que rozaron los octavos de final en su primera Copa del Mundo. O a las suecas, que se metieron en las semifinales y tuvieron a la campeona europea Holanda contra las cuerdas. En realidad, no se me ocurre ninguna jugadora ni ninguna selección que tuviera miedo a dar lo mejor de sí misma.

El lema, hay que reconocerlo, suena especialmente bien en inglés, un idioma que condensa como pocos los conceptos. Pero no deja de ser llamativo que el organismo que durante medio siglo prohibió a las mujeres jugar al fútbol las ponga ahora en el escaparate y las desafíe, además, a brillar, como si hasta ahora no lo hubieran hecho porque les faltó valor.

El problema y la falta de osadía nunca fue de las mujeres. La propia FIFA lo reconoce en una exposición sobre la historia del “fútbol femenino” (¿?) que hasta el próximo domingo 7 de julio se puede ver en París.

Si bien toda la acción se trasladó hace días a Lyón, sede de las semifinales y de la final del torneo, el Museo del Fútbol Mundial de la FIFA mantiene en la capital francesa la pequeña pero elocuente muestra.

Allí pueden verse las aparatosas botas con las que las mujeres jugaban al fútbol ya entre 1870 y 1900. Y el cartel que anunció “el primer partido de fútbol de mujeres” el 23 de marzo de 1895 en Nightingale Lane, Hornsey, un distrito del norte de Londres. Y figurines de la época. Y también las primeras caricaturas en ridiculizar a las futbolistas. Hacían mofa de su físico y de cómo jugaban.

Quizás porque, para entonces, algunos diarios de la época ya escribían sobre el éxito que el fútbol tenía no sólo entre las mujeres sino también entre los miles de fans de todo género que acudían a la cancha a verlas jugar. “El deporte ha conquistado a la mujer y las mujeres han conquistado el deporte”, sentenció la revista Fémina Sport en 1932 en alusión al fútbol.

Cierto, el binomio había alcanzado su “edad de oro” en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando las mujeres aprovecharon el tiempo de trincheras y la ausencia masculina para adueñarse del balón.

Pero la afirmación de Fémina Sport llegaba 11 años después de que la Federación inglesa decidiera apartar definitivamente a las mujeres de su práctica usando argumentos morales y pseudocientíficos. Éstos no escondían sino la intención de acabar con una competencia que los dirigentes consideraban temible para el fútbol masculino -si apellidamos, hagámoslo también con el otro género-: mientras los hombres buscaban vivir del fútbol y ser profesionales, la recaudación de taquilla de los concurridos partidos femeninos se dedicaba a obras sociales.

La prohibición inglesa, que afectaba directamente a los clubes y se sumaba a la que ya desde 1902 impedía el fútbol de mujeres de modo general, fue secundada por otros países y también por la FIFA. Y las mujeres tuvieron que esperar hasta finales de los 60 y principios de los 70 para empezar a organizar los primeros torneos y Mundiales oficiosos sin ningún tipo de apoyo institucional.

El movimiento resultó entonces tan evidente que algunas federaciones -la inglesa la primera- reconocieron el fútbol femenino y la FIFA inició una consulta al respecto entre sus integrantes.

El cuestionario, escrito a máquina, forma parte de la exposición y plantea preguntas como éstas: “¿Su federación reconoce oficialmente el fútbol femenino? ¿Hay equipos femeninos que juegan al fútbol en su país? Si hay fútbol femenino en su país, no cree que, en lugar de ser explotado por managers nacionales o internacionales, sería oportuno situarlo bajo el control de su federación?”.

Las respuestas a éstas y otras cuestiones -si los equipos femeninos disputan algún tipo de campeonato, si hay árbitras y en qué categorías ejercen- no se recoge. Sí se exhibe el programa oficial del segundo “Campeonato Mundial de fútbol femenil” disputado en México en 1971. El primero se había celebrado un año antes en Italia y en ambas oportunidades la selección ganadora fue Dinamarca.

El organismo que rige el fútbol mundial, en cualquier caso, demoró dos décadas más en reaccionar y, mientras el europeo (UEFA) lanzaba su primera Eurocopa femenina en 1984, la primera Copa del Mundo para las mujeres no llegó hasta 1991, en China.

La ganó Estados Unidos y, según se asegura en la muestra, fue seguida presencialmente por 510.000 espectadores.

El espectro no ha dejado de crecer desde entonces, pese al escaso respaldo recibido por las futbolistas durante años, la desigualdad de condiciones de base que todavía persiste y los prejuicios que, cada vez menos -quiero creer-, presiden la mirada.

“¡Es que hay algunas mujeres que juegan mejor que los hombres!”, le oí comentar con sorpresa a un treintañero que visitaba la exposición junto a dos amigas. Estaba parado frente a la icónica portada que la prestigiosa revista norteamericana Sports Illustrated dedicó a Brandi Chastain cuando un espectacular gol suyo dio el segundo Mundial a Estados Unidos en 1999 y su festejo acaparó los focos.

El fútbol avanzó entre las mujeres de la potencia americana como en ningún otro lugar. Si superan a Holanda en la final de Lyón, se llevarán el dorado trofeo que también se exhibe en la muestra protegido por una urna de cristal que impide tocarlo. Es el mismo que entregará Gianni Infantino -el jefe de todo- el domingo y sería el cuarto cetro de las estadounidenses. Brillan y atesoran más que nadie, claro está.

Detalles del EE.UU. vs Francia que hablan de mujeres, fútbol y sociedad

Las entrenadoras siempre dicen que son los detalles los que definen los partidos. Siguiendo esta manida afirmación, decidí buscar los que más me llamaran la atención en el duelo por los cuartos del Mundial Femenino de Fútbol que ayer enfrentó a la anfitriona Francia con los Estados Unidos. No sé si alguno influyó en la victoria por 2-1 de las norteamericanas. Pero, para mí, ilustran el estado de la cuestión de las mujeres en el fútbol. Me quedé con los siguientes:

• En los prolegómenos del choque, en uno de los goles del Parque de los Príncipes, miles de hinchas compusieron un mosaico de la bandera francesa. Hasta aquí, nada extraordinario. Lo novedoso fue ver a una Marianne feminista presidiendo la composición. La figura alegórica que representa los valores de la República Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) se adaptó a nuestro tiempo y simbolizó más que nunca la igualdad por la que luchamos las mujeres en todos los ámbitos, incluido el fútbol.

• La FIFA se unió a la reivindicación con un mensaje a través de la megafonía, mientras francesas y estadounidenses se fotografiaban de manera conjunta para la campaña que el organismo rector del fútbol emprendió en los últimos años para “hacer de la igualdad una realidad”. Dudo que crea realmente en lo que proclama. Pero cualquier acción que contribuya al objetivo es bienvenida.

• A la FIFA -como a la sociedad- le queda aún mucho camino por recorrer para lograr lo que dice pretender. Pero ayer en el Parque de los Príncipes había miles de niños y niñas que vibraron con el partido sin reparar en el género de quienes lo disputaban. Es un buen síntoma.

• Delante de mí, dos hermanos vestidos con la camiseta de Griezmann y Mbappé animaron sin pausa a las jugadoras francesas, mientras comentaban las jugadas con su padre y cuestionaban algunas decisiones de la jueza. El gol de Wendie Renard los levantó de su asiento como si valiera un campeonato. Son los hombres del futuro y apuntan buenas maneras.

• De camino a la cancha, encontré a dos familias que, como muchas otras, llevaban a sus hijas futbolistas al partido. Una era de Estados Unidos, padre, madre e hija preadolescente, y habían visto varios de choques de su selección en este Mundial. La otra familia era de Kazajistán y había hecho un cambio de planes en sus vacaciones para que su hija mayor -unos diez años- pudiera disfrutar en vivo del duelo entre la tricampeona mundial y Francia. Sus otras dos hermanas, más pequeñas, tampoco quisieron perdérselo.

• Un partido más, Megan Rapinoe se ofreció, gustosa, como referente para las miles de niñas, adolescentes y mujeres que ayer llenaron la cancha del Paris Saint Germain. Lo hizo con sus goles: otro doblete decisivo como el que había marcado ante la selección española en octavos. Y con sus gestos. Más que ninguna otra jugadora, la delantera estadounidense está aprovechando el escaparate del Mundial para reivindicar las causas por las que lucha. Además de cuestionar a Donald Trump y sus políticas discriminatorias al frente de la Administración de Estados Unidos -anunció que no asistirá a la “jodida Casa Blanca” si se proclaman de nuevo campeonas y el Presidente las invita-, Rapinoe reclama el derecho de l@s deportistas gay a ser tratad@s como el resto y cuestiona el sistema penitenciario de la potencia norteamericana. Su hermano mayor pasó años encerrado en diferentes prisiones del país por delitos relacionados con el consumo de drogas.

• “Me motiva la gente como yo y la que lucha por las mismas cosas. Prefiero la energía que me da eso que intentar demostrar que los otros están equivocados. Eso me agota”, afirmó Rapinoe después de ser elegida, de nuevo, la mejor jugadora del partido. “No puedes ganar un campeonato sin gays en tu equipo. Nunca antes ha sucedido, nunca. Está ahí, es ciencia”, respondió a preguntas de los periodistas en el día del Orgullo. “Ser gay y fantástica durante el Mes del Orgullo en el Mundial está muy bien”, añadió, por si había alguna duda de su compromiso con la causa LGTB+.

Jill Ellis, la seleccionadora de Estados Unidos, definió así a su estrella: “Tiene una gran personalidad dentro y fuera de la cancha. Ama y vive para estos grandes momentos. Es una jugadora de grandes momentos. Cuanto más importante es el escenario, mejor responde”. En Francia 2019, Rapinoe es la máxima anotadora de su equipo con cinco goles y la líder indiscutible del grupo que capitanea la mediática Alex Morgan.

• La sinceridad sin ambages y la asunción de responsabilidades de Corinne Diacre, la preparadora de Francia, como ejemplo de comportamiento para entrenadoras y entrenadores de cualquier categoría. “Esto es un fracaso deportivo. Estamos lejos de nuestro objetivo. Pero espero que, al menos, hayamos ganado el corazón de la gente”, asumió Diacre tras la derrota que, por quinta vez consecutiva, apeó a Francia en unos cuartos. “Analizaremos los que hicimos mal y lo que hicimos bien y seguiremos. Hoy demostramos que ya no estamos tan lejos de los Estados Unidos. Nunca las había visto acabar el partido defendiendo con cinco”.

• Por último, pero no por ello menos importante, el récord de asistencia que registró ayer el Parque de los Príncipes. 45.595 espectadores asistieron en persona al duelo sin que se produjera ni un solo incidente entre las hinchadas. Al contrario. El ambiente de camaradería y buena onda entre las aficiones confirmó no sólo el interés que pueden generar las mujeres jugando al fútbol sino la sana rivalidad con la que l@s fans participan de los partidos.

La mexicana Charlyn ficha por el Atlético y la exclusiva no interesa a nadie

Aviso para el lector: lo que leerá de entrada en este post es -hasta donde yo sé- una noticia exclusiva, que probablemente encontrará usted en los próximos días en algún diario deportivo o generalista de España. Es hasta posible que algún medio la saque de este blog y la reproduzca como si fuera suya. Es algo habitual en el periodismo.

Y es que quien la protagoniza es Charlyn Corral, la estrella mexicana, que, según pude saber, vestirá la camiseta del Atlético de Madrid la próxima temporada.

Fuentes al corriente de las negociaciones me contaron que la segunda máxima goleadora de la liga española la pasada temporada y pichichi de la anterior campaña abandonará el Levante y el próximo curso reforzará al vigente campeón de la liga española. El acuerdo está ya cerrado y sólo espera oficialización.

La noticia no es menor. Afecta al equipo más poderoso del fútbol español y a la jugadora que, en las últimas temporadas, rivalizó con Jennifer Hermoso por el título de máxima realizadora del campeonato. Charlyn, como se la conoce, es, además, la futbolista mexicana más talentosa y popular de su país y la líder de su selección.

Fuente: Instagram de Luis García

Podría dar unos cuantos más datos sobre ella para contextualizarla. Pero, como esto no es un diario, me abstengo. En realidad, escribo este post para hablar de otra cosa que me parece tan importante como la noticia: que en España no le interesó a ningún medio.

Cuando digo ninguno, me refiero -para ser precisa- a dos grandes diarios deportivos y a otros dos grandes generalistas, los tres que me dijeron no, uno tras otro, y un cuarto que aún no contestó. Después, me cansé. Y, como además intuí que la respuesta sería siempre la misma, decidí publicar la exclusiva en mi blog para que quede constancia y, sobre todo, para hacer un par de reflexiones que extraje del episodio.

La primera es obvia: el fútbol jugado por mujeres interesa lo que interesa, que es más bien poco, por más que ahora todo el mundo abrace el discurso de la igualdad y hable del buen papel de la selección española en el Mundial de Francia.

Coincido con mi gran colega Sebastián Fest en que en todo esto del llamado fútbol femenino (¿?) hay mucho postureo, mucho de no quedar al margen de una moda políticamente correcta y que, además, ofrece oportunidades de negocio.

Lo pensaba antes de aterrizar en París para cubrir mi primer Mundial femenino y lo sostengo, con más argumentos, ahora que el campeonato ya está en su ecuador. Basta hacer un recorrido por los diarios y ver dónde aparece Francia 2019, cuando aparece.

La segunda no es, en realidad, una reflexión sino otra constatación agravada por esta particular experiencia: la desvergüenza en los medios españoles sobrepasó todo límite.

¿Por qué? Y porque ya no tienen ningún reparo en responder que no compran notas a periodistas freelance porque no quieren pagar y, de hecho, no pagan las colaboraciones. Tal cual lo lee.

En la cúpula de los diarios españoles -y no me refiero precisamente a los más modestos- hay personas muy bien remuneradas que consideran que el trabajo ajeno no debe ser pagado; que los periodistas autónomos, cada vez más numerosos, deben regalar su trabajo y, además, dar gracias por el detalle de que se lo publiquen.

De no creer. Y sin embargo, sucede ya sin ningún tipo de disimulo, como si hubiéramos vuelto al medioevo o a los tiempos en los que la esclavitud era norma. En España, se abolió oficialmente entre 1880 y 1888. Eche cuentas.

Y, de paso, intente encontrar argumentos de un mínimo peso para explicar semejante aberración. Yo soy incapaz de encontrar ni uno solo. Como tampoco encuentro los motivos que pueden llevar a un/a periodista a regalar lo que produce, como si su trabajo no tuviera ningún valor o no le hubiera dedicado esfuerzo y tiempo.

Pero así estamos y así nos va. Extráñese usted de que el periodismo y los medios en España, lejos de salir de la crisis, la profundicen cada día un poco más.

Selección española: el balón en otro tejado

De todas las declaraciones que escuché tras la eliminación de la selección española en los octavos de final del Mundial femenino de fútbol, me quedo con las de Jill Ellis, la entrenadora estadounidense: “España es un buen equipo. Si ustedes vieron sus partidos de clasificación y sus amistosos, dominaron siempre el balón. Sabíamos que iba a ser un partido difícil, el más complicado de todos los octavos. Y así ha sido”.

Las palabras de la experta seleccionadora norteamericana evidencian el largo trecho recorrido por las futbolistas españolas en apenas cuatro años, los que pasaron desde el pasado Mundial de Canadá.

Un poco más de inversión y una mejora en sus condiciones de trabajo -que siguen estando lejos de ser ideales- han sido suficientes en este tiempo para que las pupilas de Jorge Vilda le plantaran cara a la tricampeona Estados Unidos, que se impuso por 2-1 porque es claramente superior, pero también porque tuvo dos penales a favor, uno de ellos claramente cuestionable.

Ellis saldó la controversia con un recurrido “el fútbol tiene estas cosas” y prefirió no abundar en una polémica a la que tampoco se agarraron las jugadoras españolas, pese a su evidente decepción.

Es algo que las honra y que las distingue en un país tendente a explicar las derrotas por las decisiones arbitrales. No es un cambio menor asumir los errores propios para seguir creciendo.

Claro que no les bastará con eso. Necesitarán también que quienes tienen los medios para hacer crecer el fútbol entre las mujeres confirmen la solidez de su apuesta con más recursos y mayor visibilidad.

Si la Federación, los clubes y los patrocinadores no dotan a las futbolistas de los recursos que precisan (salarios, instalaciones, preparadores) para que puedan dedicarse exclusivamente a su deporte sin necesidad de combinarlo con otros trabajos, el llamado fútbol femenino (¿?) español difícilmente podrá aspirar a instalarse en la élite.

El voluntarismo y la competitividad sirven durante un tiempo y permiten llegar a determinadas instancias; rara vez superarlas cuando los rivales tienen más y mejor de todo en su rutina diaria.

La materia prima está, es evidente. Sólo hay que mirar a las futbolistas más jóvenes, campeonas del mundo sub-17 y de Europa sub-19.

Ellas tuvieron la fortuna de criarse en un fútbol más diverso, con menos apellidos de género y más referentes femeninos en los que proyectarse. Y eso tiene su efecto.

La generación que ahora asume la responsabilidad y la exigencia de representar a la selección española en categoría absoluta tuvo que batallar bastante más. Y en ello sigue, mientras alcanza objetivos inimaginables hace apenas unos meses.

Su gran rendimiento ante Estados Unidos tras su histórica clasificación para octavos no hizo sino confirmar que las deportistas españolas son tremendamente competitivas incluso en inferioridad de condiciones.

Cumplieron con la parte que les correspondía. El balón está a partir de mañana en el tejado de quienes ahora sacan pecho gracias a un logro que les corresponde casi exclusivamente a ellas.

Las primeras ‘plazas’ olímpicas de París 2024, en pleno Mundial

Indiferente al Mundial femenino de fútbol que acoge desde el pasado 7 de junio como una de sus ocho sedes, París se vuelca, sin embargo, en los Juegos Olímpicos que celebrará en 2024.

Resultó evidente este domingo cuando la popular e icónica Place de la Concorde se convirtió en el “terreno olímpico y paralímpico más grande del mundo” en una jornada que pretendía acercar los deportes que serán olímpicos en la capital francesa a todo tipo de público, los niños incluidos.

Ciento cincuenta atletas voluntarios de 30 federaciones francesas dedicaron el día a enseñarles, especialmente a los más pequeños, cómo hacer un salto de altura; cuáles son las reglas del rugby; cómo escalar en un rocódromo o la manera de poner el cuerpo para bailar break.

Sí, aunque no lo crea, el comité organizador de los Juegos de 2024 pretende que el breakdance se sume a la escalada, el surf y el skate como nuevo deporte olímpico. Estos tres últimos ya se exhibirán en Tokio 2020. El breakdance es pura aportación parisina.

En la Concorde, la danza hiphopera llamaba la atención de algunos los curiosos. Pocos sabían que opta a convertirse en disciplina olímpica.

El tablón de presentación del deporte la describía así: “El baile es practicado por un amplio público: es un deporte variado y transgeneracional, accesible, sea cual sea el nivel de vida, para todo nivel de práctica”.

Y añadía: “El baile es, a la vez, un deporte: esfuerzo físico, riesgo, espíritu de competición. Un arte: sinergia entre el rendimiento deportivo y la belleza artística. Un entretenimiento: compartir experiencias y pasiones, transmitir sus saberes”.

En la lista de campeones franceses -se mencionaba sólo a los locales-, aparecía apenas Martín Lejeune, el joven que se colgó la plata en los Juegos de la Juventud celebrados en Buenos Aires en 2018.

La tradición como disciplina deportiva es inexistente. Y tampoco vi a nadie que se atreviera a intentar ni siquiera los pasos aparentemente más sencillos. En cambio, sí había numerosos voluntarios para jugar al baloncesto, al fútbol y al rugby o para hacer kilómetros en la bici, aunque fuera estática.

Quienes más disfrutaron de la jornada, sin embargo, fueron los 6.000 corredores que participaron de alguna de las tres carreras de 2.024 metros que se disputaron.

No por la distancia. Tampoco por el trazado, que rodeaba el Obelisco egipcio que preside la plaza de la Concorde desde 1840. Sino por los 24 dorsales que la organización sorteó entre los participantes: dan derecho a disputar el maratón olímpico de París 2024, el primero en la historia de los Juegos que será también popular.

Allí, junto a los atletas buscarán la gloria olímpica, correrá también un privilegiado grupo de corredores populares, con una pequeña trampa: harán el mismo recorrido que los profesionales y el mismo día, pero a distinta hora.

La propuesta la hizo un corredor catalán aficionado, con la idea de lograr una mayor implicación popular en los Juegos. El Comité Olímpico Internacional (COI) le dio alguna vuelta y la acabó comprando para París 2024.

“La verdad es que no sé cómo funcionará la selección, si además del sorteo de hoy, se abrirán otros procesos para poder participar; espero que sí, pero aún no han explicado gran cosa”, me contó Caroline, después de participar en una de las tres carreras de la fiesta olímpica y no haber sido agraciada con uno de los codiciados dorsales premiados.

“Tenía una pequeña esperanza de que me tocara, pero sobre todo quería participar por el ambiente, que es fantástico, por el privilegio de correr en un lugar así y por formar parte del ambiente olímpico de alguna”, añadió la mujer, que este año debutó en los 42.195 metros precisamente en París.

“Lo que está bien de este tipo de carreras no es lo deportivo porque son sólo 2.024 metros, sino que las puede correr todo el mundo, familias, niños, todo tipo de gente y eso evoca el espíritu olímpico”, me dijo Jerôme, empapado en sudor.

Ayer hacía mucho calor en París. Y si bien la distancia era corta, los corredores acabaron rojos como tomates.

“Nada, todo sea por participar de una experiencia así”, relativizó Caroline los casi 30 grados que había. “Espero que en los Juegos el espíritu sea el mismo. Los parisinos nos quejamos habitualmente por todo, las obras ya empiezan a alterar nuestra vida cotidiana y esto sólo irá en aumento. Confío en que el balance, al final, sea positivo”, continuó, sin esconder su preocupación por “la seguridad”.

Este domingo, la presencia policial en la plaza de la Concorde era visible. Pero, para los estándares franceses, casi tan discreta como la implicación ciudadana. La gran explanada no era, ni mucho menos, un hervidero de gente.

Algunas familias encontraron allí un buen acomodo para entretener a los niños el primer domingo caluroso del verano. Los corredores habituales, un escenario privilegiado para hacer la rodadita del día. Curiosos y aficionados a otros deportes, un espacio donde pasar un buen rato de manera gratuita, algo que en la cara París se agradece especialmente.

El Mundial femenino de fútbol, mientras, pasaba desapercibido. La polémica clasificación de Inglaterra ante Camerún (3-0) no pareció interesar lo más mínimo a los franceses que, horas más tarde, sí siguieron con más atención la emocionante y agónica victoria de las Bleues ante Brasil en la prórroga (2-1).

Para entonces, la fiesta olímpica ya había abandonado la plaza de la Concorde y liberado todo el frontal del lujosísimo Hotel Crillon, que había visto reducido el espacio para la entrada de sus acaudalados clientes.

Mientras, 24 maratonistas amateur, 12 mujeres y 12 hombres, festejaban aún incrédulos haber sido los primeros en lograr una plaza para los Juegos Olímpicos de París.

Bienvenida

¿Que quién me manda a mí, tantos años después, complicarme la vida con un blog que pretende mirar a los alrededores del deporte? La verdad, no lo sé.

Quizás sea el cielo de París, que ya aburre con su gris plomizo y sus rabietas en forma de tormenta desatada. Pero el argumento no resulta muy convincente… O tal vez quiera aprovechar esta corriente de feminismo que tanto nos entusiasma y confiar en que yo también seré una de las arrastradas por la ola. Es políticamente correcto y ahora, además, vende. Puede también que intente convencer a familiares y amig@s de que, si no escribo desde hace meses, no es por pura vagancia, como ell@s creen. Acaso sea, simplemente, porque en el Mundial femenino de fútbol encontré el marco  perfecto para mirar un poco más allá del balón y contar lo que veo sin pretensiones.

Sea por lo que sea, aquí estoy, después de haber cubierto varios Juegos Olímpicos, dos Mundiales masculinos de fútbol, alguno más de baloncesto, atletismo y natación, una Copa América y unos Panamericanos, así como Europeos diversos de diversos deportes, en mi primer Mundial exclusivamente femenino. Y qué quieren que les diga, me hace ilusión.

Tanta, que me dio igual que la FIFA me confirmara mi acreditación para Francia 2019 cuando ya no creía y me obligara a correr con todo. Tampoco me importó -o sí, pero me sobrepuse- que la mayoría de medios a los que les propuse la cobertura me respondieran con un más o menos explícito no. Igual me vine a La Galia a ver qué implica, en los tiempos que corren, un evento planetario del deporte supuestamente más masculino del mundo protagonizado por mujeres.

Les ahorro conjeturas, toma de posiciones y demás apriorismos. Si gustan, ya leerán lo que detecte el radar. Arranco con la WWC (Women World Cup,) así es como la llama la FIFA, y, después, el destino proveerá. ¡Bienvenid@s tod@s! 

Buscando el Mundial en París

El pasado miércoles a la noche, salí a pasear por el barrio parisino en el que me alojo para comprobar si, como aseguran los medios de comunicación y los organizadores, el Mundial femenino de fútbol ha calado entre los franceses.

Francia disputaba su segundo partido contra Noruega en Niza y quise pensar que,  tras el estupendo estreno de las Bleues ante Corea de Sur, legiones de hinchas se pegarían a los televisores.

Las anfitrionas jugaban, además, a las nueve de la noche, hora en la que los restaurantes, bistrots y demás locales de comida suelen llenarse en París.

Una media hora antes de que empezara el choque, comencé a husmear por las calles que rodean mi casa y no encontré ni un solo televisor sintonizando TF1, la cadena que retransmite en abierto todos los partidos de Francia.

Lo señores que en sus talleres-tienda cosen sin cesar las coloridas telas venidas de Togo, Senegal, Camerún, Costa de Marfil y Congo seguían pegados a sus máquinas, la cabeza agachada, completamente ajenos al fútbol. La mayoría, de hecho, ni siquiera tenía una pantalla con la que distraerse un rato de su quehacer. 

Tampoco había televisión en muchos de los locales de comida africana que pueblan la zona que, para quien no conozca París, está a los pies del Sagrado Corazón y  Montmartre, pero tiene poco que ver con el popular barrio de la bohemia parisina.

En Barbès-La Goutte d’Or, zona vinícola en el siglo XIX y refugio de migrantes desde que se incorporó a París, se concentra una parte importante de la población llegada del África subsahariana en los pasados años 80. 

Las tiendas, los restaurantes y la forma de vivir en la calle reproducen los modos y costumbres de sus lugares de origen y, por momentos, una se olvida de que está en París.

Y aunque el fútbol causa furor también en África, acá nadie parece interesado en el duelo que se inicia en unos minutos entre francesas de diversos orígenes – también africanos- y noruegas.

La gente se ocupa de sus negocios, que cierran más tarde que en el centro de París; cena, toma algo, habla por teléfono y se reúne en grandes grupos en medio de la calle, ya expedita de los múltiples puestos que conforman el popular mercado de Dejean. 

Unos metros más allá, tirando hacia la Marie del XVIII -el ayuntamiento del distrito-, el paisaje cambia. Reaparecen los bulevares y las amplias calles y los negocios ya no sólo están en manos de subsaharianos.

En Chez Ebru, un restaurante turco con comida halal, hay un televisor encendido. Pasa el partido, que está a punto de comenzar. Pero de las tres personas que hay en local sólo una mira la pantalla. La otra está de espaldas, concentrada en su portátil. Y la tercera tiene la cabeza hundida en su móvil.

En la calle, hay poca gente. La mayoría está cenando en alguno de los muchos locales que hay en la zona. Casi ninguno tiene televisión. Parisinos y turistas comen, beben y conversan absolutamente al margen del encuentro que puede casi sellar el pase de Francia a los octavos.

En Elegance Coiffure, aún trabajan pasadas las nueve. El barbero corta el cabello al que, imagino, es su último cliente. Sobre los espejos hay una televisión. Pero el hombre no ha sintonizado el fútbol, sino un meeting de atletismo que no alcanzo a ver dónde se disputa.

Sigo camino. Empieza a llover copiosamente. Me refugio bajo el toldo de la terraza de Le Super Coin (la súper esquina), un bar que está lleno de gente y que, casualmente, pasa el partido. Pero la cosa no parece ir demasiado con los jóvenes que fuman y beben afuera, que están de espaldas a la pantalla y hablan de sus cosas, entre ellas, de los dos años que estudiaron español en el instituto y no les sirvieron para pronunciar ahora ni una sola palabra en nuestro idioma. 

De la gente que hay adentro del local, la mitad que está sentada cenando tampoco presta gran atención a las ocasiones que van acumulando las francesas. Parecen festejar algo, se hablan a los gritos y están más pendientes de la pizza que les va sirviendo un repartidor de Just Eat -entra al bar, la entrega y se marcha- que del balón.

La otra mitad que está de pie tomando cerveza junto a la barra se fija un poco más en el juego. E incluso lamentan los fallos de las galas, como si realmente estuvieran siguiendo el partido. 

Un señor cercano a los 80 años -calculo yo- que baja por la calle, se para unos minutos en la terraza a observar lo que sucede en la cancha. “¿Aún van 0-0?”, me pregunta con cara de preocupación. “Sí”, le contesto; “pero, tranquilo, que aún queda mucho tiempo”. “Juegan bien”, murmulla. Sonríe y se va.

Antes de que el choque llegue 0-0 a la media parte, una de las chicas que bebe cerveza afuera le comenta a su amiga que no está muy al tanto del Mundial, pero sabe que Estados Unidos le ganó 13-0 a Tailandia y el resultado le parece “violento y un escándalo”.

Aprovecho la pausa para seguir husmeando en otros lugares, pero antes me fijo en dos pequeñas placas azules que lucen a la altura del primer piso del edificio de enfrente de Le Super Coin.  Una pone “agua en todos los pisos”. La otra, “gas en todos los pisos”. ¿Jugarían al fútbol las mujeres cuando fue construido el inmueble?

Cuanto más me acerco a la Marie, menos restaurantes veo con televisor. Imposible seguir el partido. Decido regresar por otra ruta a la seguridad de La Súper Esquina. En el camino, oigo una especie de grito colectivo semi ahogado. Tardo en caer en la cuenta de que puede ser el festejo de un gol.

De hecho, ni siquiera lo hago cuando, un poco más adelante, topo con un bar de cócteles que tiene una gran pantalla y sólo tres personas adentro. Entre los muchos carteles que cubren los vidrios de la puerta, atisbo el 0 de Noruega, pero el marcador de Francia me lo tapa un señor que también se ha parado un instante a ver qué pasa en Niza. De los tres de adentro, dos dan la espalda a la pantalla. Decido seguir hacia donde me dirigía. Y cuando llego, las noruegas ya han igualado el duelo. No haberme enterado de ese gol me parece normal.

En el segundo parcial, Le Super Coin está más animado. A la terraza se ha incorporado un trío de chicos que intentan explicarse entre sí la geografía de Sudamérica. Uno de ellos se esfuerza en enseñarle a otro dónde queda Bolivia, cómo de largo es Chile y el frío que hace en el sur de Argentina. El fútbol lo miran más bien poco.

Adentro, en cambio, los que comían ya han acabado y, con cierta carga de alcohol, siguen más atentamente el partido. Protestan algunas jugadas, lamentan las ocasiones erradas por las suyas y aplauden cuando la colegiada decreta penal a favor de las francesas tras consultar la pantalla del VAR.

“¡Eugénie, Eugénie!”, gritan para animar a la delantera del Olympique de Lyon, que ajusta el disparo y no falla. “¡Allez les bleues, allez les bleues!”, continúan con cierta euforia.

En los 20 minutos que restan, los nervios vienen y van entre cervezas y algún grito contra las noruegas fuera de tono. Cuando la colegiada indica el final y Francia suma su segunda victoria en el campeonato, la celebración de los congregados dura apenas un minuto. Unos pocos abandonan a las apuradas el bar. Y los que se quedan regresan enseguida a sus bebidas y a sus conversaciones, que no giran en torno al partido.

Salgo de nuevo a la calle. Está semi desierta. Por supuesto, ni rastro de festejo. Este barrio no es todo París. Ni París, toda Francia, claro está, pero…